Producir alimentos suficientes para una población en rápido crecimiento, demanda de la comunidad internacional un uso sostenible del recurso limitado más importante del planeta: el agua. Para alimentar a los nueve mil millones de personas que se prevé existan en el año 2050, será necesario elevar la productividad agrícola, la superficie cultivable y la intensidad de cultivos, sin embargo las reservas hídricas del planeta son restringidas.
Según las estadísticas cada ser humano bebe diariamente entre dos y cuatro litros del vital líquido, pero la mayor parte de la que se ingiere está incorporada a los alimentos que se consumen.
Basta mencionar que para producir un kilo de carne de vacuno se consumen 15 mil litros de agua, y otros mil 500 para obtener igual cantidad de trigo.
La agricultura, esencial para proporcionar los alimentos que la creciente población demanda, es una actividad sedienta: cerca del 70 por ciento del agua dulce se destina a ella.
Sin embargo, aun cuando existen mil millones de personas en el mundo que viven en condiciones de hambruna crónica, el 30 por ciento de los alimentos producidos jamás llega a ser consumido, y el agua invertida en su creación se pierde.
Expertos de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) aseguran que una reducción del 50 por ciento en las pérdidas y desperdicios de alimentos mundialmente, ahorraría unos mil 350 kilómetros cúbicos de agua cada año.
"A menos que incrementemos nuestra capacidad de utilizar el agua sabiamente en la agricultura, no conseguiremos acabar con el hambre y daremos paso a una serie de problemas diversos, incluyendo sequía, hambruna e inestabilidad política".
Así advirtió el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, al celebrar el 22 de marzo el Día Mundial del Agua, que este año tuvo como lema El agua y la seguridad alimentaria.
El funcionario alertó, además, acerca de que en muchas partes del mundo la escasez de ese vital recurso aumenta y la tasa de crecimiento de la producción agrícola se ha ralentizado.
A la par, destacó, el cambio climático está agravando los riesgos y la incertidumbre entre los agricultores, "en especial los campesinos pobres en los países de bajos ingresos, que son los más vulnerables y los menos capaces de adaptarse".
Ante esto, instituciones internacionales como la FAO abogan por el ahorro del líquido en todas las etapas de la cadena de suministro, desde los productores hasta los consumidores.
Exhortan a adoptar medidas como consumir productos que hagan un uso menos intensivo del vital líquido, reducir el escandaloso desperdicio de alimentos, producir más, de mejor calidad y con menos agua, y llevar una alimentación saludable.
La situación no deja de ser alarmante en América Latina y el Caribe.
Un informe presentado por la ONU en el VI Foro Mundial del Agua, recién celebrado en Francia, advirtió que, exceptuando a México y algunas pequeñas naciones de Centroamérica, los países de la región basan gran parte de sus economías en la exportación de recursos naturales, cuya producción demanda abundantes recursos hídricos.
"El aumento en la demanda global de recursos mineros, agrícolas y energéticos hará que aumente también la demanda de agua", alertó el estudio.
En tanto, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) puso de relieve otra preocupación: las políticas contra la contaminación del agua por los usos agrícolas no ha dado resultados satisfactorios en los últimos diez años en sus países miembros.
Para revertir la situación propuso aplicar el principio de que el que contamina paga, con el cual pretende que los agricultores integren los costos medioambientales de su actividad.
La OCDE exhortó a suprimir las ayudas agrícolas vinculadas a la producción o a productos fitosanitarios para atenuar así la presión ejercida sobre los sistemas acuáticos.
Abogó, además, por crear mecanismos de información dirigidos a brindar asesoría sobre la temática, tanto a los agricultores como a los responsables de la gestión del agua y las administraciones.
A juicio de los expertos la agricultura es una de las principales fuentes de contaminación del agua, por lo que, entre otros desafíos, urge reducir el empleo de recursos como abonos, pesticidas o productos veterinarios.
Mitigar los efectos contaminantes, enfatizaron, requiere de inversiones ascendentes a miles de millones de dólares.
En tanto el buen manejo del líquido vital exige de la adopción e implementación de estrategias, políticas y técnicas que sean eficientes y sostenibles. Garantizar que eso ocurra requerirá la transferencia de las tecnologías hídricas adecuadas, la promoción de los pequeños productores alimentarios y la conservación de los servicios ecosistémicos esenciales.
Lograrlo requerirá invertir en personas, infraestructuras, educación y concienciación, y encontrar incentivos para que los campesinos adopten buenas prácticas, a fin de fortalecer su capacidad de mejorar la productividad.
Atar cabos entre la seguridad hídrica y la seguridad alimentaria y nutricional en el contexto de una economía verde, es hoy uno de los retos prioritarios de la comunidad internacional.
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