Hasta hace 10 años, en 2005, la agricultura aportaba más al desarrollo económico del departamento de Cochabamba y del país y a la seguridad y soberanía alimentaria de las familias campesinas. La actividad agrícola en el campo era febril e intensa. No había tiempo para el descanso porque, además de roturar la tierra para sembrar, los agricultores debían ocuparse del pastoreo del ganado vacuno, ovino, caprino, camélidos o las acémilas que daban el abono para el cultivo de la papa. La yunta para labrar la tierra en las zonas montañosas y pedregosas y las llamas servían para el transporte de la carga en sus propias comunidades. Todos los miembros de la familia, padres e hijos, formaron parte de la economía familiar, en un circuito productivo sostenible que se sobrepuso incluso a los cambios climáticos que empezaron con la sequía de 1982.
Había mayor resilencia o capacidad que ahora para enfrentar las sequías, heladas o lluvias excesivas por que la mayor fortaleza de los agricultores estaba, por un lado, en su propio conocimiento de la naturaleza, de la tierra, del comportamiento climático y de sus tecnologías que usaban produciendo alimentos de consumo familiar y para el mercado interno. El núcleo familiar fue, en consecuencia, el factor socio ambiental fundamental que sustentó la agricultura campesina en los valles y las zonas andinas de Cochabamba. Este sustento, después del año 2005 se rompió con la migración de los jóvenes (hombres y mujeres) a las ciudades, a las zonas de intensa actividad cocalera como el Trópico de Cochabamba e incluso al extranjero, dejando a sus padres y algunos hijos menores a cargo de la agricultura y el pastoreo.
Ahora, la mayor responsabilidad del cultivo de la tierra y de producción de alimentos está en manos de los adultos mayores que ya no pueden trabajar con la misma energía como cuando eran jóvenes y, peor aún, sin el apoyo de sus hijos que salieron del circuito económico familiar. En estas condiciones, es muy difícil pensar en seguridad y soberanía alimentaria cuando no hay gente joven que trabaje la tierra, mostrando un panorama casi desolador en las comunidades de altura y de montaña que van despoblándose, quedando pocas familias a cargo de la agricultura y la ganadería. Basta recorrer los municipios de Arque, Tacopaya, Bolívar, Tapacarí, Vacas, Alalay, Aiquile, Totora, Pasorapa, Vila Vila, Tarata, Cliza, Punata, Arani, Anzaldo, Villa Rivero y otros, para constatar la situación actual de las tierras abandonadas o no cultivadas por la falta de lluvias y la sequía que, por segundo año consecutivo, asola a la mayor parte del territorio cochabambino con excepción del Trópico y aquellos ríos que descargan sus aguas al río Caine, el valle de Capinota, Sicaya y el valle Central y Bajo de Cochabamba que son irrigadas por la represa Angostura y los afluyentes de los ríos Rocha, Arque y otros en la cuenca del río Mizque y Omereque con cuyas aguas se irrigan los cultivos de hortalizas, frutales y otros de sus tierras ribereñas.
La expansión de la mancha urbana en las tierras agrícolas, lecheras, hortícolas, forestales y de pastoreo en la región metropolitana viene reduciendo la producción de alimentos esenciales que consume la población cochabambina. Está destruyendo la unidad productiva familiar dejando sin empleo a miles de jóvenes que al desaparecer los emprendimientos agropecuarios no tienen dónde trabajar. Además, es visible el cambio climático en este valle con mayores sequías, calor intenso, vientos huracanados y fuentes de agua en proceso de agotamiento o contaminadas.
El Trópico cochabambino es el área que ha recibido la mayor migración de la zona andina de este departamento y de otras regiones del país. Ahí se consolidó una economía basada en la coca, pero también, un crecimiento sostenido de la agricultura con dos puntales para la exportación: la producción del banano y el palmito que son los rubros productivos más importantes en el departamento de Cochabamba consolidados como empresas privadas modernas y competitivas mucho antes de 2006.
Desde el año 2006, el Gobierno actual, gracias a los altos precios internacionales del gas y los minerales, recibió millonarias sumas de dinero por su venta en el exterior aumentando los ingresos del país y las inversiones en el desarrollo nacional, regional y municipal. El departamento de Cochabamba fue partícipe de estas millonarias inversiones que en 10 años, desde 2006 hasta el 2015 recibió y gastó más que en toda la historia económica del siglo pasado. Se invirtió en el mejoramiento de caminos y otras obras de infraestructura social y sanitaria. El cemento fue el producto estrella que junto al ladrillo, la calamina y el fierro llegaron a la mayor parte de las poblaciones y comunidades campesinas para la construcción de unidades educativas, agua potable, postas y hospitales, canchas deportivas, estadios y otros.
INVERSIÓN QUE NO LLEGÓ Pero la inversión no llegó, en la misma proporción, al sector productivo agroalimentario, agroforestal, agroganadero, lechero, agrosilvopastoril y agroindustrial, dotando de suficiente riego a todos los agricultores de los valles y montañas del departamento de Cochabamba para garantizarles con este servicio una cosecha razonable para su alimentación y la venta de los excedentes en las ferias locales. Si alguna inversión llegó fue a cuentagotas y en montos pequeños; por eso la agricultura se estancó y perdió competitividad con productos similares de países vecinos que ingresaron al país, legal o ilegalmente para vender a precios menores en los mercados locales que los productos nuestros.
La falta de inversión e incentivos en el mejoramiento e innovación tecnológica de la agricultura cochabambina provocó la migración de la juventud del campo a la ciudad en busca de mejores oportunidades de vida.
Diez años de oportunidad perdida por falta de inversiones en el desarrollo agroalimentario tienen un alto costo para Cochabamba y el país: mayor dependencia futura de alimentos importados.
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