En la década de los 80’ surgió en el mundo la biotecnología o el empleo de organismos vivos para la obtención de un bien o servicio útil para el hombre, que utiliza la “ingeniería genética”, para modificar y transferir genes de un organismo a otro. En la agricultura, sirve para aumentar la productividad de los cultivos, mejorar los alimentos y emplear a las plantas para producir medicamentos, vacunas, polímeros y otras moléculas, y es considerada como la primera estrategia para generar alimentos.
En Bolivia comenzó a utilizarse el 2004, tras la regulación de soya RG (resistente al glifosato), por el Decreto Supremo 28225.
Diana Sabillón Garay, gerente de Responsabilidad Social Empresarial del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), informa que se produce un millón de hectáreas de soya entre las campañas de invierno y verano. “De ese total, un 90 a 95% son variedades que incorporan un gen resistente al herbicida glifosato”.
Añade que los beneficios de usar la tecnología biotransgénica son múltiples: “contribuye a reducir los ciclos del proceso de obtención de nuevas variedades agrícolas y de germoplasmas, de 4 a 7 años; a la limpieza fitosanitaria de materiales genéticos de alto valor y a la expansión de variedades mejoradas”.
Además, explica que el producto agrícola alimenticio, como materia prima, tiene un agregado tecnológico que beneficia al agricultor en la reducción de costos y precios más competitivos en el mercado interno y externo, por el contenido nutricional-vitamínico.
La Ley de la Revolución Productiva, promulgada en junio del 2010, establece la creación de institutos agropecuarios en Bolivia para formar técnicos y promover la nueva práctica, lo que no significa fomentar el uso de transgénicos. ”No se introducirán en el país paquetes tecnológicos agrícolas que involucren semillas genéticamente modificadas de especies de las que Bolivia es centro de origen o diversidad, ni aquellos que atenten contra el patrimonio genético, la biodiversidad, la salud de los sistemas de vida y la salud humana”, señala en su Art. 15.
Por ello, y a fin de garantizar la seguridad alimentaria e incrementar la producción, la 41 versión del Foro permanente de Diálogo con la Sociedad Civil sobre producción, comercio exterior e integración, realizado por el Instituto Boliviano de Comercio y la Asociación de Proveedores de Insumos Agropecuarios (APIA) en La Paz, propuso aplicarla en los cultivos de maíz y algodón nacionales.
El gerente del IBCE, Gary Rodríguez, indica que en el caso del maíz, su producción mermó de 150 mil t a 90 mil t en los últimos tres años. Una causa es el Decreto Supremo 0435, que prohíbe la exportación temporal del grano.
Respecto al algodón, señala que Bolivia se convirtió en un importador nato ya que su producción se redujo a niveles ínfimos. “No producimos ni el 15% del volumen registrado en la década pasada, es decir 700 h el 2010 cuando en 1997 teníamos 52 mil h. Porque entró el “picudo” mexicano (insecto que disminuye el rendimiento, producción y calidad de la fibra de algodón) y se come la planta”.
Rodríguez afirma que la solución para incrementar la producción de ambos cultivos es la apuesta por la novedosa herramienta que permitirá ahorrar en agroquímicos, ayudará a no desperdiciar el agua y es benévola con el medio ambiente.
Argentina reflejó sus resultados
Una de las estrategias utilizadas por los organizadores del Foro fue reflejar el trabajo que se desarrolla en otros países en relación a la biotecnología. Para ello invitaron a varios expertos. Una de ellas fue la ingeniera agrónoma Perla Godoy, que es la directora de Biotecnología del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de Argentina.
La especialista explicó que su país empezó a utilizar la técnica en octubre de 1991. La evaluación de la soya resistente al glifosato duró hasta 1996 y desde ese año hasta la fecha ya se consume y se comercializan productos producidos por ella. “Antes de comercializar un cultivo genéticamente modificado evaluamos el impacto que va a tener en los agroecosistemas y su aptitud alimentaria humana y animal”.
Señala que el productor argentino decidió aplicarla porque usaría menos agroquímicos, los costos disminuirían y los beneficios aumentarían. “Casi el 100% de la soya argentina es transgénica. Es decir, 18 millones de hectáreas de cultivos”.
Gary Rodríguez señala que en Bolivia durante el 2010, 14 mil productores cruceños sembraron 2’600 millones de toneladas de soya. “Más del 90% de ellos son pequeños o medianos, esos son los sectores que más se benefician”, subraya.
Proceso para registrar variedades
Desde el 2005 hay 44 variedades de soya RG registradas en el país; de ellas, siete fueron reconocidas el 2010. Jorge Rosales, director ejecutivo del Comité de Semillas Santa Cruz, informó que a nivel nacional rige el Decreto Supremo 24676 sobre Bioseguridad, que es el que norma los procedimientos para desregular un evento biotecnológico (estudio que procura aumentar la producción y proteger la planta contra insectos, antes de aplicarse a la variedad).
El proceso contempla tres años de ensayo en los cultivos, el primero en confinamiento y los restantes a campo abierto. De acuerdo con la normativa, el solicitante debe implementar los ensayos bajo el monitoreo de la autoridad competente o quien ésta designe. “Para el caso del evento 40-3-2 designaron al Comité de Semillas de Santa Cruz, que verificó posibles daños al medio ambiente y que la tecnología sea eficiente”.
Perla Godoy indica que la agricultura siempre es desestabilizadora, porque implica movimientos de tierras y la extracción de nutrientes. Señala que en su país utilizan el “cultivo autógamo y tienen tres eventos de soya, tres de algodón y 14 de maíz, y que en Brasil tienen 30 eventos para los tres cultivos”.
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