Cada viernes, tras acabar las clases en la universidad, en Vallegrande, Limberg Guevara regresa a su comunidad, San José de la Capilla, a dos horas de carretera de la capital del durazno. Los sábados y domingos, el joven de 19 años se pone su bata blanca y, en vez de descansar durante sus dos días libres, dedica varias horas a trabajar en un laboratorio en la creación in vitro de cactus y otras plantas. Él y Giorjan Arancibia son los dos jóvenes que, con químicos y herramientas de disección en mano, hacen crecer las especies de la zona para repoblar y mantener el Jardín de Cactáceas de Bolivia, el único que existe en el país.
A 220 km de Santa Cruz, a 1.500 metros sobre el nivel del mar, dentro de la cuenca interandina del río Grande, este edén para las plantas espinosas abarca 21.625 hectáreas de bosque seco subandino. Pulquina Abajo, Witrón, Anamal, La Junta, La Tranca y San José de la Capilla son las comunidades del municipio de Comarapa implicadas en el Programa Integral de Manejo y Aprovechamiento Sostenible de Plantas Nativas y Endémicas del Área Protegida Jardín de Cactáceas de Bolivia. Bromelias y crasuláceas también crecen en este territorio que tiene unas 50 especies, de las que diez son endémicas (algunas, sólo crecen en esta región del mundo).
Limberg participa desde hace dos años en este proyecto de conservación. Con 17, eligió capacitarse para el laboratorio, pues, era lo que más llamaba su atención. “Es increíble sacar una partecita, esperar un lapso de tiempo y (ver cómo) nace una nueva planta”, explica, fascinado con su trabajo. Durante el año de formación, el joven de San José decidió entrar a la carrera de Agropecuaria, de la que está cursando el segundo curso.
El proyecto nació, sin embargo, hace casi una década, cuando vecinos de Pulquina y la ONG Green Cross Bolivia comenzaron a tomar una serie de medidas para proteger el entorno, como la emisión de una ordenanza municipal para crear el área protegida y el reconocimiento de los lugares donde se encuentran las plantas únicas en el mundo, pues la extracción indiscriminada de estas especies para su venta las hacía peligrar.
En 2004, la ONG empezó la etapa de investigación y preparación de planes de manejo y conservación con recursos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), así como un programa de desarrollo ecoturístico. Ya entre 2009 y 2010, el laboratorio y el vivero para la producción y la recuperación de especies estaban listos para funcionar, y se consolidó la Bolivian Cactus, una asociación comunitaria compuesta por 40 personas, en su mayoría jóvenes, forjada a través de la unidad educativa de la zona, explica la coordinadora del proyecto, Ivonne Rojas Tirado, de Green Cross Bolivia.
“Lo más bonito es tener resultados cuando empiezan a crecerle tallos”, dice Limberg. Entonces, el joven hace particiones para continuar con el proceso: de un solo plantín, de una sola división, “pueden sacarse 20 y hasta 30 plantas”, comenta emocionado, como si fuese la primera vez que presencia el fenómeno. De los tubos, las plantas pasan al vivero, donde aún les espera un largo proceso de crecimiento. “Sólo la etapa de investigación requiere de un año y, de vivero, entre tres a cinco años”, describe Rojas. Y esa fase todavía no ha terminado. Tanto los miembros de la ONG como Limberg señalan que, en Bolivia, no hay expertos en la producción de cactáceas en tubo de ensayo. “Hay que pillarle una receta para que cada cactus se desarrolle. Estamos ahorita en tratamiento para saber cuál es la receta que ellos piden o que ellos necesitan para crecer”, explica el estudiante. Esa fórmula, llamada también protocolo, es “algo obligatorio que exige el Gobierno, se debe demostrar que una especie se puede producir in vitro para que el Gobierno lo autorice”, indica Osinaga.
Es la garantía de que las especies se están creando y no extrayendo de su hábitat natural para venderlas.
“Si bien se tiene avances en el desarrollo de protocolos científicos, todavía no se ha alcanzado a desarrollar todas las especies que menciona el plan de manejo y con seguridad que todavía este proceso tomará un buen tiempo más”, dice Rojas. Por ello, tampoco se ha podido alcanzar el objetivo de vender otras especies introducidas para obtener ingresos, y los recursos se están acabando.
“Estamos buscando otras fuentes de financiamiento para continuar porque, como es un proyecto tan difícil, el financiamiento que dio la Fundación PUMA prácticamente ha sido insuficiente”, resume Edil Osinaga, técnico de Green Cross, quien ha desarrollado el plan de manejo del jardín. Otra forma de conseguir fondos, propuesta por los asociados a las autoridades locales, era crear in vitro, especies de frutillas, duraznos y otras frutas que los productores de la zona importan de Chile y Argentina. Así, el proyecto podría autofinanciarse.
Rojas afirma que han tratado de conseguir apoyo para la investigación en universidades cochabambinas con el departamento de biotecnología, pero los costos estaban por encima de los recursos disponibles. Y “en la universidad de La Paz hemos buscado estudiantes de último año que nos pudieran apoyar, ya sea bajo la modalidad de pasantía o trabajo dirigido, pero lamentablemente sólo quieren trabajar en laboratorios de ciudades”.
El plan de manejo del área, que implica a la producción y comercialización de plantas autóctonas, está aprobado por la Dirección General de Biodiversidad y Áreas Protegidas, pero falta la resolución viceministerial final.
Limberg quiere ir a Brasil a estudiar porque allá “están de punta en lo que se llama genética, en la tecnología”. Su meta es especializarse y luego regresar.
“A Bolivia la ven retrasada tecnológicamente”, opina. “Mi sueño es que el país llegue a lo alto”. Mientras, y a la espera de que se consiga nueva financiación, sigue trabajando. Él y Giorjan han producido ya 12 mil de los 20 mil plantines que debían alcanzarse en el laboratorio, el único del país, hace notar Osinaga, que está en una zona rural.
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