Decir que un metro cuadrado de tierra cultivada puede rendir cuatro veces más que lo usual sin usar químicos ni maquinarias especiales, sin requerir experiencia y sin dañar el suelo parece una opción difícil de creer.
Esto es lo que ofrece la técnica del llamado cultivo biointensivo, que el mexicano Juan Manuel Martínez Valdez, de la Organización No Gubernamental Ecopol, enseña en varios países del mundo en un afán por expandir un método más amigable con el medioambiente y orientado a una agricultura sustentable.
En Santa Cruz, la experiencia se traduce en ejemplos como el que está en el huerto de la facultad de Ingeniería Agronómica de la Universidad Gabriel René Moreno (Uagrm), que logró una producción proporcional de 55 toneladas por hectárea en cultivos de hortalizas que antes no rendían más de 15tn/ha. “El costo es mínimo, se utiliza abono orgánico propio, al hacer la doble excavación el agua se almacena y el sistema de siembra permite sombreado y cobertura rápida de la cama”, comenta el ingeniero Ramiro Sánchez, jefe de la carrera en la universidad estatal.
La técnica es parte de la enseñanza que todo universitario del campo agronómico recibe porque, según Sánchez, es importante que todos aprendan los métodos para la horticultura comercial, pero también la fórmula biointensiva, que puede hacer que un simple patio se vuelva un terreno rendidor de alimentos.
Martínez, que ya ha venido al país cuatro veces para dar los cursos intensivos, dice que este método también se puede aplicar a escala intermedia y no solo para hortalizas, sino para cualquier otro cultivo que se pueda hacer en ‘camas’, que no son más que porciones de terreno preparadas para que, una vez colocada la semilla, esta busque llegar hasta el fondo en busca de agua. Así se garantiza que la planta crezca fuerte y con raíces profundas. No se habla de grandes extensiones cultivadas, precisamente porque la técnica se concentra en lograr más productividad en poco terreno, y porque se fundamenta en el concepto de que cada comunidad produzca sus alimentos.
Según Martínez, el método de cultivo biointensivo es una sumatoria de diversas técnicas agrícolas que utilizaban las culturas milenarias y que han sido complementadas con sustento científico. La fórmula apunta a contrarrestar esos cálculos fatales hechos por organizaciones especializadas en el monitoreo de suelos en el mundo y que no dan más de 40 años de vida útil si los niveles de agresión a la tierra se mantienen como hasta ahora.
En los cursos que se han impartido para transmitir la técnica en el país no solo hay universitarios o agricultores, sino también amas de casa y miembros de pequeñas comunidades que apenas tienen un pequeño chaco o que pertenecen a una asociación de campesinos. Es que, según Martínez, aprender a cultivar con el método biointensivo, no requiere ni siquiera que la persona sea una experta en agricultura, sino apenas que tenga voluntad, que esté dispuesta a esforzarse y a ser constante. Esto, porque hay que trabajar en forma planificada para fabricar el propio abono orgánico y para, en cierto modo, olvidar todo lo que se sabía antes de agricultura para confiar en esta metodología. En pocas palabras, esto trastoca todo lo que hasta ahora suelen hacer la mayor parte de los que trabajan la tierra.
En la práctica, por ejemplo, significa que cada persona decidida a cultivar con el sistema biointensivo, reúna en un lugar determinado las cáscaras de frutas que se consumen o los desechos orgánicos que salen de su propia producción para formar el ‘compost’, que será la base para tener abono natural todo el año. También implica preparar el suelo antes de comenzar a sembrar y aprender a diversificar el cultivo hacia una producción diversificada.
A pesar de lo bondadosa que se anuncia la técnica, aplicarla en las zonas agrícolas no es tan sencillo. Según la directora de la Asociación Ecológica del Oriente (ASEO), Urbelinda Ferrufino, la mayor traba está en la mentalidad de los agricultores, que están acostumbrados a ver cultivos en grandes extensiones. “Cuando ven que el área a trabajar es pequeña, no le dan la importancia necesaria o creen que es un simple experimento”, indica.
Al momento de abonar la tierra viene otro obstáculo. “Es más fácil cargar un camión con ‘gallinaza’ (desechos de la gallina mezclados con cáscara de arroz) que se usa mucho en los criaderos de pollos, expresa Ferrufino.
En boca de los agricultores consultados, por ejemplo en el área de los valles cruceños, no es que haya desconfianza en el método, sino que hacer el cambio cuesta, mucho más para comunidades que viven de lo que se produce cada día.
En otros ámbitos, sin embargo, la técnica ya comienza a captar atención. La carrera de Ingeniería Agronómica, por ejemplo, dice que ya ha llevado la técnica a 50 municipios y ha capacitado a gente del Gobierno departamental con miras a expandir más.
El método biointensivo es, según el jefe de carrera Ramiro Sánchez, una alternativa de alivio de la pobreza. “Hay estudios que dicen que la migración hacia las ciudades es tan grande, que pronto el 80% de la población latinoamericana estará viviendo en 20 megaciudades. ¿Quién produce alimento para esta gente?”, cuestiona Sánchez. El avance hacia las ciudades ya se ve en muchos de los cinturones de pobreza que rodean las principales urbes, responde.
Si bien la idea es que cada quien aprenda a producir sus alimentos, como una forma de contrarrestar la pobreza y desnutrición que existe en los países pobres, vale la pena también conocer que países europeos ya han tomado en cuenta la posibilidad de hacer huertos comunitarios. “En las ciudades hay problemas de disponibilidad de suelo y agua, sin embargo, por necesidad, están proliferando los huertos comunes urbanos”, afirma Martínez. Ha visto en México también experiencias de este tipo, aunque reconoce que el gran cambio se está viendo en Europa, porque hay cada vez más personas dispuestas a trabajar en serio en estos huertos.
El método biointensivo es como volver a lo de antes, pero con la experiencia que hoy ofrece el estudio y la base científica. “Trabajamos para restituir el suelo, no usamos agroquímicos y, cuando lo logramos, es como un paraíso, como era antes. Las plagas desaparecen porque las plantas son tan fuertes que ellas mismas, naturalmente, se defienden”, asegura.
El costo para el productor, así como para el consumidor final, según Martínez, también es, a la larga, más bajo, porque no tiene los llamados ‘costos ocultos’ que se pueden citar en el caso de productos que se consumen con exceso de químicos y que repercuten en estados de salud debilitados.
No sabe explicar, sin embargo, por qué ahora encontrar un producto orgánico en el supermercado, por ejemplo, supone un precio más alto que aquel que ha sido producido de la forma regular. Cree que es solo cuestión de tiempo hacer que la demanda de estos productos naturales aumente.
Tiempo también es lo que requiere la población para cambiar de postura frente a los productos que elige. “No son productos grandes y brillantes como los que estamos acostumbrados a comprar, sino pequeños, pero más sabrosos y saludables. Sin ‘costos ocultos’ para sufrir después”, enfatiza Martínez.
Entrevista
No sabemos dónde posicionar a Bolivia
Juan Manuel Martínez Valdez / Experto en técnicas agrícolas
- ¿Puede coexistir el método biointensivo con la agricultura industrial?
- Nos gustaría que pudiera existir solo el cultivo biointensivo. Hay mucha gente consciente de que pronto vamos a tener muchos problemas de alimentación que no podrá resolver la agricultura industrial.
Esta no es para alimentar a los humanos, sino a los animales, ya que la mayor parte de los suelos es para cultivar granos, para alimentar animales. Por otro lado, es de exportación, lo que quiere decir que no se beneficia la gente del país donde se produce. Y, por si fuera poco, es muy agresiva con el medioambiente y a nuestra propia salud por la cantidad de agroquímicos que se usan.
- Una cosa es el uso de agroquímicos y otra es el uso de transgénicos...
- Si, pero van de la mano, porque la agricultura convencional, aun sin transgénicos, usa muchísimos agroquímicos. Los transgénicos ya vienen acompañados, en paquete, con un químico, por eso, donde siembran soya, fumigan todo el campo y todo se muere, menos la soya.
- ¿Qué piensa ahora que Bolivia ha dicho que no le cierra las puertas a los alimentos transgénicos?
- Nos parece increíble que un país que parecía tan avanzado en la concepción de los derechos de la tierra ahora esté haciendo exactamente lo contrario, le abra la puerta a todo eso. Teníamos a Bolivia en un concepto muy alto...ahora no sabemos dónde ponerlo.
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