Cristian Soliz es un cochabambino, de profesión arquitecto, que salió del país con rumbo a los Estados Unidos hace más de siete años. Su vida se desarrollaba con normalidad hasta que por casualidad o cosas del destino comenzó a informarse acerca del daño que podría causar los alimentos transgénicos en el organismo humano.
Aunque no hay investigaciones públicas acerca del tema, debido a los intereses comerciales que allí se esconden- un grupo de científicos activistas se dieron modos para realizar estudios fuera de Estados Unidos, desenmascarando una serie de problemas y daños que podrían causar en las ratas de laboratorio. Entre las consecuencias más alarmantes están las deformaciones corporales como resultado del crecimiento de tumores.
Esto motivó a un grupo de ciudadanos norteamericanos para que se movilicen y generen un cambio de actitud en el mundo y apoyaron la campaña regional y nacional que surgió “El día mundial contra Monsanto”, -una de las empresas proveedoras de productos químicos para la agricultura, en su mayoría herbicidas, venenos y transgénicos. Entre sus productos más conocidos se encuentran el glifosato bajo la marca Roundup y el maíz genéticamente modificado MON 810.
Esta información hizo que Cristian Soliz se convirtiera en el vocero oficial para la comunidad latina ante el Instituto de Tecnología Responsable (Institute for Responsible Tecnology); además coordinador en Los Ángeles de la campaña para Etiquetar Transgénicos (¨Label GMOs California Grassroots”) y organizador y representante de la Alianza de Bioseguridad (Biosafety Alliance) con base en San Francisco.
Soliz asegura que estos productos son peligrosos para el medio ambiente porque aumentar el uso de productos tóxicos en la agricultura, contaminan genéticamente a las variedades tradicionales, acabando con ellas y provocando una grave pérdida de la biodiversidad.
Uno de los factores puntuales de protección que posee el país va de acuerdo al reglamento de ley promulgado por el actual Gobierno, que extiende una barrera de protección hacia el cultivo de los alimentos nativos o endémicos; pero, no hay muchos controles con los otros tipos de alimentos transgénicos que ingresan al mercado nacional o están comercializando sus semillas.
“Esta situación podría desencadenar un mercado de consumo para semillas de productos transgénicos, generando un riesgo para la salud y la economía regional” asegura Soliz.
Esto lo motivó a la socialización de sus conocimientos “mi compromiso de por vida es proteger ferozmente nuestras semillas nativas de la contaminación transgénica, con el fin de mantener la soberanía alimentaria para nuestras generaciones futuras”.
Pero además asegura que su principal cometido es lograr que las empresas locales etiqueten de manera adecuada los ingredientes que emplean en la elaboración de sus productos, de esta manera el cliente esté informado de los daños que enfrenta con el consumo de ciertos alimentos, teniendo particular atención en el consumo de soya.
“La soya que consumimos en el país no es nativa, por lo tanto la semilla que se importa es transgénica y hay que tomar precauciones”.
En esta ocasión Cristian tuvo la oportunidad de visitar el país y contactarse con organizaciones ambientalistas, investigadores y activistas para intercambiar experiencias, fruto de este interés colectivo es que se creo el colectivo “Yo soy Semilla”, los que activarán la conciencia de consumo y además serán los portavoces de los reclamos en este campo. Se puede tomar contacto a través de su página en facebook o contactarse con María Lohmm al celular 71765036.
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