lunes, 12 de enero de 2015

Puya Raimondi de Arani

Encontramos a la pedagoga ambientalista Teresa Alem Rojo aprendiendo unos saberes extraordinarios entre los comunarios de Vacas, en la provincia Arani del departamento de Cochabamba. En este municipio donde se respiran los aires de una fragancia milenaria atrapada entre las pétreas montañas, hay un pueblo curandero que rinde culto a una de las plantas más fabulosas del planeta: Puya Raimondi.

Alem ha logrado extraer un elixir de la Puya Raimondi, aplicando con las flores de esta planta, por primera vez en la historia, los mismos métodos del homeópata inglés Edward Bach para tratamientos físico-emocionales con el uso de esencias florales, conocimiento que la investigadora enriqueció al escarbar los secretos de la medicina natural practicada por los indígenas de Vacas.

“Ellos la cuidan como una verdadera ‘waka’, es una idolatría; los bosques que forman, llamados rodales, son lugares celosamente resguardados y como me dijo el dirigente de la central campesina de Jatun Pampa, ellos quieren preservar toda su flora y saber para qué y dónde irán los poderes ocultos en esas especies tan raras y milenarias como la Puya Raimondi y la Kewiña” —nos explica Teresa Alem–. “Lo principal es que su ‘ceniza vital’ la llevan a sus terrenos para devolverles la fertilidad, eso es fantástico. Por el momento se respetan los rituales tanto el momento de llevar un tronco de ceniza, como en el momento de ofrendarla a su tierra”.

Como es bien sabido por la profusa difusión de estudios científicos en la última década, la Puya Raimondi, una bromeliácea gigantesca única en el planeta, se auto-combustiona en un maravilloso acto suicida después de florecer por una sola vez en su existencia, para lo cual espera de 80 a 100 años.

En su adultez plena mide entre 8 y 12 metros de altura; cuando le llega la inflorescencia produce en sus capullos cual coralina —en la parte superior del tronco que cubre toda la mitad de la planta, quedando debajo las hojas gruesas y puntiagudas— alrededor de 8.000 flores de color blanco ligeramente amarillento y que a medida que se marchitan se tornan violáceas.

En torno a los conos florales revolotean ávidos tordos y otros pájaros grandes, además de los picaflores que se encargan de polinizarla. Cada flor da un fruto que contiene 800 granos de semillas. Las seis millones de semillas que genera cada planta se expanden entre las montañas llevadas por el viento y tienen seis meses para germinar. Después de semejante despliegue de energía, la planta se seca hasta carbonizarse en sí misma. Las flores perduran aproximadamente cuatro meses hasta terminar de polinizar. En Bolivia se la puede ver en flor desde de octubre o noviembre hasta diciembre y enero, a diferencia de Perú donde se la observa en mayo, hasta agosto.

Tres de los lugares del alto Ande cochabambino, donde existen “bosquecillos de Puya”, según Teresa Alem, son la quebrada de Vacas (a un kilómetro del pueblo aproximadamente), Paredones, que es la comunidad en cuyos rodales este año hubo florescencia, y Jatun Pampa que queda a cinco kilómetros de Paredones. (Tomado de Sol de Pando)

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