Uruguay es un ejemplo donde el uso de semillas genéticamente mejoradas permitió al vecino país incrementar de forma importantes –en los últimos 10 años– sus áreas de cultivo de soya y maíz, mayor crecimiento económico y convertirlo en un importante exportador agropecuario
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Investigación en biotecnología y una legislación que regule y controle su uso permitirán el desarrollo sostenible de la actividad agrícola en el país, en beneficio de los productores nacionales y la seguridad alimentaria local y mundial, ahora que se proyecta, a mediano plazo, una crisis alimentaria internacional, explicó el presidente de la Asociación de Proveedores de Insumos Agropecuarios (APIA), Marcelo Traverso.
Las declaraciones las realizó en el marco del Foro “Biotecnología para una agricultura sostenible e inclusiva”, organizada por IBCE (Instituto Boliviano de Comercio Exterior) y APIA. Dijo además que Bolivia –por su potencial natural– puede convertirse en un país líder en la producción de agroalimentos, aplicando tecnologías sustentables tanto en lo económico como en el manejo responsable de los recursos naturales, con políticas gubernamentales claras que permitan agilidad en el comercio nacional e internacional.
Un ejemplo exitoso es el de Uruguay, donde con un marco legal bien trabajado, investigación y regulación, este país se abrió a la biotecnología asegurándose que esta no sea nociva a la salud, al medio ambiente y beneficie a su economía. Los resultados fueron óptimos y en los últimos años permitieron incrementar el crecimiento económico del vecino país, aumentar su superficie de cultivo y mejorar ampliamente sus exportaciones, según explicó el subsecretario de Agricultura, Caza y Pesca del Uruguay, Enzo Benech, durante el Foro de biotecnología realizado en La Paz.
La autoridad gubernamental explicó que el uso de semillas transgénicas –o genéticamente mejoradas– de soya y maíz tiene un impacto muy fuerte en su agricultura, puesto que sus cultivos de soya pasaron de 8.000 hectáreas el año 1998 a más de un millón este año, hoy el 70% de sus exportaciones tiene base agropecuaria y en la última década su Producto Interno Bruto (PIB) se mantuvo en un promedio de 6%, por encima de muchos países de la región.
En este contexto, Traverso señaló que al igual que en Uruguay, en el país es imprescindible contar con una norma clara acerca de los procedimientos de registro y regulación de la biotecnología y, por su puesto, tener el derecho para aplicarla en beneficio no sólo de los productores del área rural y su nivel de vida, sino también para palear el hambre de la región y el mundo.
Recordó que en los últimos 20 años la población mundial creció en un 74%, la esperanza de vida en 17%, la mortalidad infantil se redujo en 40% y la superficie cultivable aumentó apenas en un 5%, cuando se proyecta –de acuerdo a datos de Croplife Latin América– que para el año 2050 la población del planeta necesitará que la producción agrícola aumente en un 70%, principalmente en Latinoamérica, que por su extensión cultivable es donde se produce la mayor cantidad de alimentos.
Por esta razón, y por el potencial natural que tiene Bolivia para suplir alimentos, es necesario y urgente el uso de tecnología en general y biotecnología en particular, para conseguir eficiencia y calidad en la producción, reducir los costos del productor y reducir el precio de los productos. En este propósito debemos fomentar la investigación y la aplicación de normas regulatorias que den sustentabilidad al sector productivo, señaló el presidente de APIA.
“Es necesario invertir en la investigación, desarrollo de nuevas tecnologías y una legislación basada en la ciencia, en ese sentido para APIA es imprescindible contar con una norma clara acerca de los procedimientos de registro y regulación de biotecnología y tener el derecho para aplicarla”, insitió Traverso al explicar que todo esto debe ser trabajado tanto por el sector público como por el privado.
Para mostrar los beneficios locales de la biotecnología, el productor cochabambino, Edmundo Aspetti, quien actualmente produce soya, arroz, maíz, trigo y chía en Santa Cruz, compartió -durante el Foro- su exitosa experiencia en el paso de la producción de soya convencional a soya transgénica, lo cual le permitió aumentar sus hectáreas de cultivo, su rendimiento y sus ingresos.
“Inicialmente tenía un pensamiento negativo hacia la soya resistente al glifosato, ya que escuchaba que era dañina, que dañaba al medio ambiente y que era sólo de beneficio de grandes agricultores, y que tenía menor rendimiento; pero luego al ver que los agricultores vecinos empezaron a sembrar semilla de soya resistente al glifosato y que facilitaba el control de hierbas, y que había ahorro en herbicidas, diesel y agua; me animé a probarla en 5 hectáreas… hoy me rinde más y tengo 500 hectáreas sembradas, de este total el 95% es soya resistente al Glifosato (transgénica)”, señaló.
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