Apenas el Sol comienza a iluminar y calentar las siembras en el campo con sus primeros rayos, Rosmery Sánchez, de 35 años, se levanta de la cama aún cubierta por la ligera oscuridad de su cuarto. Sus pasos son presurosos porque ya debe tener lista la bolsa de las herramientas y así salir temprano para iniciar la cosecha de su parcela de terreno.
Desde ya Rosmery sabe que hoy es un día complicado, largo y agotador, pues debe terminar de cosechar zanahorias; un día que espera desde hace más de cuatro meses; aunque asegura que en algunos casos es menos, todo depende del tipo de semilla que emplean.
Tiene que llegar a su terreno al promediar las ocho de la mañana, porque algunos vecinos de su parcela, entre ocho o diez, se darán cita para trabajar junto a su familia, en un trabajo comunitario denominado “ayni”.
Su parcela de terreno está ubicada cerca del río Grande de Tapacarí, una zona denominada como Chiwarnani. Ya desde el borde del camino se puede apreciar la belleza de la zona.
Un paisaje silente, con una pampa inmensa de verdor indescriptible, pues se encuentra matizada con distintas tonalidades de verde, desde el mustio hasta el más intenso; desde lejos un visitante puede confundirse y afirmar que se trata de una pintura a mano alzada, donde cada tipo de cultivo plasma su presencia en el lienzo.
Todo este esplendor de la vegetación es resaltado por el olor a hierba fresca avivada por el rocío de la mañana y como un toque de belleza natural al borde de las parcelas reinan los cultivos frutales.
Tres palmeras de más o menos 15 metros son la seña para denotar la cercanía del terreno, y luego de una caminata de 10 minutos en medio del campo se llega a la parcela de la familia Sánchez. Como era de esperarse los hombres y mujeres ya están dispuestos a iniciar la jornada.
Los varones toman las picotas comienzan a clavar a la tierra para desprender las “semillas” de zanahoria del terreno.
A pocos pasos un grupo de mujeres diligentes le sigue y van agrupando las zanahorias en pequeños montículos, desprendiendo las hojas del tallo. Es así como toda la parcela comienza a cambiar de figura y comienza a verse en tres dimensiones, con pequeñas protuberancias de cultivo por todo el campo.
Según Rosmery Sánchez la producción de este semestre no es lo que ella esperaba, pues cree que su cosecha apenas llenará unos 20 gangochos.
La jornada trascurre entre risas, juegos y mucho trabajo; de rato en rato mira de reojo su reloj de manilla, pues sabe que aún les falta llevar el producto a la microempresa de servicios de lavado, para finalizar la tarea del día y luego viajar a Cochabamba para poder comercializar el producto en el mercado La Pampa.
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