martes, 2 de agosto de 2016

“Estamos asistiendo al fin de la sociedad agraria”

La vida en tiempos de volatilidad de los precios de los alimentos” es el título de una reciente investigación que analiza las consecuencias que acarrean los cambios de los precios de los alimentos en la vida cotidiana de las personas con ingresos bajos o precarios en el periodo 2012-2015.

Este estudio es parte de una iniciativa encabezada por el Instituto de Estudios para el Desarrollo (Institute of Development Studies-IDS) en 10 países. En Bolivia la investigación estuvo liderada por Rosario León y un equipo de investigadores del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (CERES), mediante el estudio a profundidad de dos casos: “el barrio Kami” en la Zona urbana y la “comunidad Pirhuas” en la zona rural (departamento de Cochabamba).
Rosario León (RS) y el investigador del CERES, José Luis Barroso (JLB), comparten con El País eN (EP) algunos hallazgos de este trabajo.

(EP). ¿Cómo afecta la volatilidad de los precios de los alimentos al bienestar de poblaciones pobres o vulnerables?
(JLB). Los cambios de los precios de los alimentos son acontecimientos importantes en la vida de las personas y sus familias, implican grandes costes sociales y tienen grandes efectos.
Si bien los indicadores macroeconómicos, nutricionales y de pobreza muestran que la población se ha adaptado bien y es “resiliente” frente a dichos cambios, vimos en terreno, en ambos sitios de estudio caracterizados como vulnerables, que estos indicadores no tienen en cuenta ni muestran los efectos que acarrean la adaptación y la resiliencia.
Por ejemplo, en el área urbana vimos el aumento del tiempo de trabajo y el esfuerzo necesarios para garantizar el alimento de las familias; los efectos no monetarios en las relaciones de género, sociales o familiares; las consecuencias para la salud mental como el estrés, una menor calidad de vida o el hecho de que las personas se vean obligadas a comer alimentos foráneos o de mala calidad.
Finalmente, la volatilidad implica una pérdida del poder adquisitivo porque si bien los precios suben y bajan, éstos no vuelven a los niveles de antes, siempre hay un incremento, sobre todo en los mercados barriales.

(EP). ¿Y en lo rural?
(RL). En el campo la volatilidad de los precios es uno de los elementos más importantes probablemente para la actividad productiva, porque crea incertidumbre.
O sea si este año la papa tiene buen precio será un incentivo para la gente, y al año todo el mundo produce papa. Pero si hay helada, si el precio de la gasolina ha subido, el pasaje ha subido o cualquier precio indirecto, el ajuste se hace en el precio de los alimentos. Y el campesino no puede vender su producto ni a la cuarta parte de lo que le costó producirlo.
Esa dinámica terminó de cansar a los campesinos. Y lo que nos muestra la investigación en las comunidades donde hemos trabajado es que estamos asistiendo al fin de una sociedad agraria. Para ellos ya no es ningún incentivo producir alimentos para el mercado, y cada vez se produce menos para el autoconsumo.

(EP). ¿Qué impactos ambientales y sociales tiene esto?
(RL). En términos ambientales, hay un cambio de uso de los recursos naturales, en este caso el suelo y el agua, para el uso urbano. ¿Qué va a pasar? No solamente que no va a haber espacio para la producción agrícola, sino que la demanda sobre el agua y otros servicios va a ser mucho más intensiva y va a saturar ecológicamente estas zonas de expansión urbana.
En términos sociales existe deterioro de la cohesión. Cuando algunas familias se quedan en el campo ya no es como parte de una sociedad agraria, sino como familias que tienen un pedacito de tierra, también su casita urbana, se vuelven extraños en su misma tierra.
La solidaridad, la organización social se deterioran. La gente en Pirhuas y Kami solamente asiste a las reuniones porque los multan. Y a veces prefieren pagar la multa y no reunirse. Entonces los sistemas que promueven la acción colectiva como el manejo común de algunos recursos o bienes se están deteriorando totalmente.
Con el mercado de tierras, donde cada uno se vuelve propietario de un pedazo de tierra, hablamos de una sociedad más accionaria, donde todo se paga y yo no necesito hablar con nadie porque pago mi cuenta y se acabó. Como en la ciudad.

(EP) ¿Se está volviendo Bolivia un país dependiente e importador de alimentos básicos?
(RL). Esa es una verdad general. Nadie lo puede negar, todo el mundo lo dice. Estamos comiendo cualquier cosa de cualquier parte. No solamente que estamos comiendo productos de Argentina, maní o ají peruano, cebollas chilenas, etc. Sino que además estamos comiendo basura porque los alimentos importados en su mayoría son transgénicos o industrializados y de baja calidad o calidad dudosa y no controlada. Ese es otro efecto: el cambio en los hábitos alimentarios.

(EP). La comida rápida, los cambios en los hábitos alimentarios. ¿Cómo se relaciona eso con la volatilidad de los precios de los alimentos?
(RL). Como decía José Luis, lo que se ve en Kami por ejemplo, que la gente está obligada a trabajar más para poder sustentar su consumo básico, afecta no solamente en lo que se come, sino cómo se come, a qué hora se come, dónde se come y quién prepara la comida. Las mujeres trabajan más horas, hay muchas mujeres súper valientes, se levantan a las 5 de la mañana para preparar la comida de los hijos. Pero los hijos, el esposo, todos por sus ritmos de vida llegan en la tarde a diferentes horas y no comen de la olla fría.
Ya no nos sentamos a la mesa. Incluso ya les da flojera calentarse la comida, prefieren comprarse cualquier cochinadita en la puerta de la casa o reunir platita para ir a comprar pollo a la broaster (desde grasitas de Bs. 1 hasta un pollo entero que puede costar Bs. 40). Hay diversas formas de consumir comida chatarra, es accesible a todos, al que tiene y al que no tiene.
Nosotros vimos que comer en una olla fría no solamente es un hecho físico real, sino es una metáfora de cómo se están perdiendo los hábitos alimentarios. Antes comíamos con cariño. Es muy diferente el aspecto emocional del comer. Una cosa es cuando se sirve un plato con atención al otro en una mesa, caliente, con alguien con quien compartes. Esto difiere mucho de ir a pagar cualquier precio por una comida afuera que comes con ansiedad y nunca te sacias; así lo señalaron las personas durante el estudio.
Y los factores emocionales de los cambios alimentarios, totalmente invisibilizados por la dinámica del mercado (estrés, ansiedad, falta de satisfacción física y emocional del comer), están llevando a sociedades violentas, a un malestar social además del malestar físico, de la salud. El deterioro de la salud es atroz, pero el deterioro emocional, el que no se ve, es tétrico.
Efectivamente, nadie te va a negar que esté comiendo. Pero qué está comiendo, cómo está comiendo, dónde está comiendo y cuánto tienen que trabajar para poder comer.
Entonces no solamente estamos ante la crisis de la seguridad alimentaria (los campesinos van dejando de producir alimentos para el mercado) sino también social y cultural muy grande. Y no nos estamos dando cuenta.

(EP). ¿Qué estrategias usan los hogares pobres/vulnerables para hacerle frente al precio de los alimentos?
(JLB). En el caso urbano en Kami, la gente para compensar esa pérdida de poder adquisitivo está desarrollando actividades en doble jornada, está trabajando más o incorporándose a trabajos más precarios.
Otras familias están disminuyendo la cantidad de veces que se cocina al día. Si antes preparaban los alimentos tres veces al día, ahora lo están haciendo 1 o 2 veces, afectando su seguridad alimentaria. Lo que más llama la atención es que en las familias de ingresos más bajos, las mujeres dejan de comer para garantizar la alimentación de los niños y sus parejas, lo que las pone en situación de mayor vulnerabilidad.
Otras familias buscan mercados más alejados, diversifican los lugares de compra: si antes compraban en el barrio a precios un poco más altos que en el resto de los mercados, ahora van directamente a estos mercados de productores, madrugando en las mañanas para comparar a precios más bajos.
Entre tanto, un número importante de familias, que debido al trabajo no tiene tiempo para ir a estos mercados, disminuyen el consumo del producto hasta que el precio baje, mientras que otras se ven obligadas a introducir compensadores de sabor como el glutamato monosódico o Aji-no-moto para hacer comible su alimento.
También vimos que existe una incorporación en algunos casos de los jóvenes al mercado de trabajo a temprana edad, jóvenes de 13-14 años que se están incorporando ya a actividades laborales en condiciones desfavorables. Esto buscando mejorar los ingresos del hogar porque los ingresos que generan sus padres no les alcanza ya ni para subsistir.
Hay casos en que optan por bajar la calidad de los alimentos: por ejemplo arroz partido en vez de arroz normal, tomate dañado en lugar de tomates frescos, papa menuda en lugar de papa de calidad, o carnes y alimentos de dudosa procedencia, que tienen un efecto directo en la salud de las familias.
En el área rural se evidenció una situación muy similar, pero lo más preocupante es que los agricultores hacen cada vez más uso de insumos químicos para tratar de mejorar el rendimiento de su producción, lo que en muchos casos es en vano por lo que se ven forzados a vender sus tierras para otros usos mientras que ellos se dedican a otras actividades no agrícolas.

(EP). El Estado en los últimos años ha generado políticas que buscan garantizar la disponibilidad y accesibilidad alimentaria. ¿Qué logros y limitaciones han tenido estas acciones?
(RL). Las políticas de apoyo estatal -programas de agua, créditos blandos, a veces pequeños créditos para productores, algunos incentivos para producir algo ecológicamente, etc.-, lastimosamente creo que en muchas de las comunidades de Bolivia han llegado tarde.
Las condiciones tecnológicas, de precios, las condiciones sociales en las que los campesinos tienen que negociar los precios de sus alimentos, acompañadas de un proceso de discriminación muy grande, terminaron de cansar a los campesinos, que en las últimas décadas se han dedicado a diversificar su economía como nunca, y a perseguir ingresos monetarios más altos para buscar financiar las aspiraciones de educación de sus hijos y otras expectativas.
Por ejemplo en Pirhuas tienen como 7 pozos de agua y dos o tres sistemas de distribución, el mejor sistema de riego que te puedas imaginar, totalmente canalizados con cemento, además tienen casitas de Evo Cumple. Pero ya no es un incentivo suficiente para la gente que se está descampesinizando. Ese tema de descampesinización, cambio en el uso del suelo, etc., ya no ha podido revertirse con estas políticas. Muy tarde. Históricamente tarde.
Y no se trata solamente de 1, 2, o 10 años, esta cosa tiene muchos más años. Ha sido una política antiagraria de siglos, pues. Y eso hay que recalcarlo porque los cambios sociales no se dan en tres, en cuatro, en cinco, en diez años, no. Este cansancio agrario tiene cientos años. Y este proceso desgraciadamente creo que se ha consumado.
Pero tú ves las políticas, seas de la tendencia política que seas, vas a reconocer que por primera vez se hacen apoyos dignos, y no solo al sector agrario, sino a la gente pobre. Muchos critican que no es estructural, que es asistencialismo, en fin. Yo creo que parte de las políticas, como política estatal, han sido muy saludables.
En los 38 años de trabajo que tengo nunca se habían visto que se hagan cosas como se han hecho en este periodo por el área rural. Pero todo esto ha llegado históricamente demasiado tarde.

(EP). ¿Qué recomendaciones harían a los hacedores de políticas?
(RL). Es indispensable que los hacedores de políticas se basen primero en buena información (pongo “buena” entre comillas), pero sobre todo que las políticas sean lo más descentralizadas posible. Realmente si nos interesa hacer cambios, hay que descentralizar.
A veces entendemos descentralización como una suerte de autarquía, y ese mal entendimiento nos lleva otra vez a un proceso de centralización. Nosotros hemos trabajado con la profesora Elinor Ostrom (premio nobel), que propone el policentrismo, que hace posible que los diseños institucionales realmente respondan a la realidad y que la realidad se nutra de ellos.
Descentralización no quiere decir deshacerse de lo central, sino una reubicación institucional de lo central. De nada sirve que se generen cosas en un municipio si no están reconocidas o articuladas con los grandes interese nacionales. Si hay que decir algo a los hacedores de políticas es: tratar de descentralizar, que no se significa desarticular, que no significa autarquía, sino encontrar sistemas de articulación.
Uno de los problemas más grandes en el diseño institucional de Bolivia es la no correspondencia de las políticas entre sectores y entre niveles. Si no superamos este diseño institucional, todas las mejores intenciones van a ser para nada. Pero esto no solamente depende de los gobernantes, sino sobre todo de la sociedad.
Si no hay una sociedad fuerte, jamás se tendrá un Estado fuerte. Y eso lo deberían comprender los gobernantes de todos los tiempos. Fortalecer a la sociedad es fortalecer al Estado. Y la descentralización es uno de los mecanismos más importantes.
Y realmente valorar el rol de la investigación en Bolivia, que todavía no se valora. Pero también no se valorar por algunas cosas: estaba viendo el trabajo de algunos colegas... utilizar la investigación de alguna manera para atacar a los gobiernos o para favorecerlos. Ese no es el fin de la investigación, esa es una mala investigación.
Eso no quiere decir que somos neutrales ni mucho menos, pero cuando vas a investigar para atacar al gobierno o favorecerlo estas produciendo mentiras, y eso hace daño porque estas utilizando recursos escasos para engañar a la gente.
Rosario León
Socióloga, postgrados en Desarrollo por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Quito) y la Universidad de York (Toronto) y miembro del directorio del CERES.

“Con el mercado de tierras, donde cada uno se vuelve propietario de un pedazo de tierra, hablamos de una sociedad más accionaria, donde todo se paga y yo no necesito hablar con nadie”
José Luis Barroso
Economista, investigador, con cursos en Evaluación de impacto de Políticas Públicas en la Universidad de la Plata. Actualmente forma parte del CERES.

“Los cambios de los precios de los alimentos son acontecimientos importantes en la vida de las personas y sus familias, implican grandes costes sociales y tienen grandes efectos”

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