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No más lágrimas a la hora de pelar una cebolla. Tras ocho años de investigación, profesionales bolivianos han dado vida a la globosa, una nueva variedad de cebolla que tiene una menor cantidad de azufre. La nueva hortaliza nació en Cochabamba, en los laboratorios del Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y Forestal (INIAF), institución dependiente del Estado que se ha impuesto retos ambiciosos: incrementar la calidad, el rendimiento y la producción en el área rural para alcanzar la seguridad y la soberanía alimentaria.
Claro, es una tarea por demás complicada. Por décadas, Bolivia apostó a la agricultura empresarial para conquistar los mercados externos. Sin embargo, este trabajo relegó a la agricultura campesina de pequeña escala. “Todo el aparato institucional, técnico y económico; de infraestructura y de investigación se centró por años a potenciar a la gran industria agrícola, dejando de lado a los pequeños y los medianos productores que, al final, son los que garantizan la seguridad alimentaria de un país”, explica Carlos Espinoza, responsable del INIAF en Cochabamba.
Los resultados son evidentes. Si bien Bolivia se ha posicionado entre los tres grandes de la producción de soya de la región, ocupa las últimas posiciones en cuanto a la capacidad de producción de alimentos básicos de la canasta familiar se refiere. Por ejemplo, mientras el país produce unos 1.200 kilos de maíz por hectárea, Ecuador —también en la lista de los rezagados — alcanza los 3.000 kilos. En trigo, Bolivia ofrece 900 kilos por hectárea. Pero el país que nos supera en la lista llega a los 4.000. Llama la atención el tema de la papa. La producción nacional alcanza los 6.000 kilos por hectárea. Mientras que el mayor productor en la región supera los 70.000 kilos.
A esta situación se suma el uso por parte de los productores campesinos de semillas importadas de otros países, las que no llegan a cumplir los estándares de calidad. Esto ocurre debido al bajo costo que les significa adquirir estos productos de contrabando y la baja oferta de semillas dentro del país. Para cambiar esta situación, los expertos del Centro Nacional de Producción de Semillas de Hortalizas (CNPSH) —dependiente del INIAF— producen semillas de 18 variedades de hortalizas, mejoradas genéticamente mediante la utilización de procesos naturales.
En el caso de la cebolla globosa, por ejemplo, puede almacenarse hasta por dos meses antes de que comience el proceso de descomposición. Normalmente, la cebolla sólo llega a permanecer en buen estado por un mes. Asimismo, se logró mejorar el rendimiento de la producción. Recién salida de los laboratorios del I-NIAF-CNPSH, se prevé que la globosa esté en los mercados de Cochabamba en noviembre, con una producción que, se anuncia, logrará superar la media nacional.
La zanahoria altiplano es otra de las variedades recién lanzadas al mercado agrícola. Según Hans Mercado, coordinador de Producción del INIAF-CNPSH, Bolivia no contaba con una semilla de zanahoria que tolere el frío. 12 años de trabajo experimental se requirió (tanto en laboratorio como en el campo) para lograr la variedad adecuada en términos de homogeneización y estabilidad en distintas regiones.
“Esta zanahoria es tolerante a la floración prematura, lo que permite su producción en el altiplano desde fines de octubre a marzo. Mientras que en los valles se lo hace de febrero a junio. Esto nos permitirá contar con una producción constante de esta hortaliza en el país”, señala Mercado.
Y para terminar de sepultar la idea de que occidente no cuenta con la capacidad productiva de las regiones más calidas del país, el experto recuerda que La Paz y Oruro se están acercando a los volúmenes de producción de leche de Cochabamba y de Santa Cruz. Esto debido al trabajo de mejoramiento de los rendimientos del forraje destinado a las vacas. Oruro es, en realidad, el tercer productor de leche del país y, asimismo, se está posicionando como centro agrícola. “Hace algunos años, quién iba a pensar de que Oruro iba a ser hortícola. En este momento, este departamento compite con Cochabamba en la producción de cebollas y de zanahorias”, añade.
En busca de nuevos campos
Gran parte de los productos agrícolas de primera necesidad que se ofertan en los mercados paceños —como la papa, la zanahoria y la cebolla— son importados del Perú o han sido producidos con semillas que provienen de este país vecino.
La urgencia para resolver los problemas de seguridad y soberanía alimentaria ha movido a los especialistas del INIAF a concentrar sus esfuerzos en la adaptación de semillas de productos alimenticios a distintos ecosistemas del país, antes que a la investigación de nuevas variedades. “No estamos indagando una nueva variedad de trigo, por ejemplo. Lo que hacemos es traer todos los tipos de trigos investigados para probar cuál es el mejor para comenzar inmediatamente a producirla. Ahora, ya no perdemos mucho tiempo en la investigación básica, sino en la investigación adaptativa”, apunta Carlos Espinoza.
Con todo, los volúmenes de semillas producidas en el INIAF no son suficientes para abastecer la demanda nacional. En el caso de la cebolla, por ejemplo, se produce tan sólo un 20 por ciento de la demanda boliviana. En el caso de la totalidad de las hortalizas, se cubre el 12 por ciento. Para mejorar estos índices —por lo menos para llegar a un 35 por ciento de provisión de semillas—, el INIAF requiere de una inversión de un millón de bolivianos.
Es en la sede del CNPSH, en Sipe Sipe (Cochabamba), donde se realiza gran parte del trabajo de experimentación de campo. Hace tres años, por ejemplo, se lleva adelante junto a la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) un programa de mejoramiento del tomate. En los invernaderos de Sipe Sipe se pueden apreciar más de una decena de accesiones (tipos de plantas que difieren entre sí) que son analizadas en busca de una variedad mejorada. Se trata de especies importadas de Estados Unidos y de España y nativas de La Paz y de Beni. “Bolivia es el centro de origen del tomate, por lo que tenemos una gran riqueza de genes para hacer programas de mejoramiento. Lo que buscamos es obtener semillas híbridas que garanticen la resistencia a las sequías, a las enfermedades y a los virus que normalmente se presentan en este producto”, explica Mercado.
La producción de semillas requiere de extensas tierras de cultivo. Y dado que el INIAF no cuenta con el espacio necesario para ello, ha optado por recurrir a los propios campesinos, a los que se llaman cooperadores. Uno de ellos es Felipe Sacaico, quien trabaja con la zanahoria altiplano. “Ellos nos dan los plantines ya mejorados y la ayuda técnica para que nosotros los cuidemos”, dice. Lograr un buen rendimiento de las semillas mejoradas requiere de un manejo adecuado por parte de los productores en lo referido al tratamiento fitosanitario y a la incorporación de materia orgánica. Sólo así se puede garantizar semillas de calidad. El año pasado, Sacaico entregó 230 kilos de semilla. Por cada kilo recibió del CNPSH una paga de 65 bolivianos. El producto entregado por este agricultor servirá para generar 38 hectáreas de zanahoria. Con esta cantidad se podrá cosechar 22.000 quintales, que significarán en el mercado un movimiento de un millón de bolivianos.
Memoria de alimentos
Desde el 2008, el Estado —a través del INIAF— está a cargo de los seis bancos de germoplasma que hasta entonces estaban manejados por instituciones privadas o financiadas por la ayuda de organismos internacionales. Ente ellos están los recursos genéticos de granos altoandinos, camélidos, tubérculos, raíces, cereales y leguminosas. Se trata de espacios que atesoran el patrimonio agropecuario de Bolivia. Se conserva, por ejemplo, más de 3.000 variedades del grano de la quinua, que se constituye en la mayor gama del mundo.
Uno de los bancos más importantes es el de germoplasma forestal, que por 10 años estuvo administrado por el Centro de Semillas Forestales (mejor conocido como Basfor). Ubicado en pleno centro de Cochabamba, en este espacio se resguarda el material de 200 especies, lo que significa el 10 por ciento del total de los tipos existentes en Bolivia. Almacena, asimismo, más de 3.000 accesiones de dichas especies, que representan los cinco ecosistemas forestales bolivianos.
Una de las técnicas utilizadas en esta institución es la conservación in vitro, que permite mantener la identidad genética de las especies que no pueden conservarse a través de semillas. Para ello se requiere impulsar, vía laboratorio, la retardación del proceso natural de crecimiento de cada ejemplar. “Se coloca luego en un recipiente especial con un gel que le brindará los macro y micronutrientes que requiere. Bolivia es netamente forestal y cada vez hay menos área boscosa, La técnica in vitro nos permite recuperar y conservar esas especies que están en peligro de extinción”, señala Cecilia Ugarte, ingeniera agrónoma encargada de la unidad de Biotecnología.
Asimismo, los investigadores del Centro de Semillas Forestales han comenzado a realizar la protección de las especies utilizando la técnica de la crioconservación, utilizando para ello nitrógeno líquido.
Entre las especies en riesgo que se hallan bajo esta tecnología se encuentran la tara, la kewiña y la mara. Sobre esta última, la profesional anunció que se ha iniciado su caracterización molecular, para en un futuro no sólo precautelar la conservación de este árbol, sino lograr generar nuevas variedades de la mara para su plantación.
La investigación en el centro ha permitido recabar información sobre el germoplasma para lograr evitar problemas como la dispersión de frutos y de semilla y para la generación de mapas de distribución de especies estratégicas para el manejo sostenible de los recursos forestales.
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