lunes, 14 de noviembre de 2011

Rancho Viejo, una fórmula para abandonar la zafra

“Antes nos quedábamos 15 o 20 personas en la comunidad cuando llegaba la zafra. Ahora, con este proyecto, quedamos 70”. Habla Julián Iti, cabeza de una de las 82 familias que se han beneficiado con un proyecto de buenas prácticas agroganaderas que funciona en Rancho Viejo. A partir de mayo, cuando empieza la zafra en el norte cruceño, desde estas comunidades del sur chaqueño salen los buses que retornarán con los obreros cuatro o cinco meses después. Durante ese tiempo, las parcelas quedan descuidadas. Desde Rancho Viejo salen los hombres y cruzan a pie el río Parapetí, que en ese lugar tiene dos kilómetros de ancho y en esta época está sembrado de dunas de hasta dos metros de altura. Ningún microbús ingresa hasta el lugar.


Los proyectos productivos comenzaron en la zona hace 11 años. El de Rancho Viejo empezó en 2008 con dinero de la cooperación española y ahora continúa con fondos del BID. No es poco arriesgar primero casi medio millón de euros (de la Generalitat Valenciana) y después 150.000 dólares (del BID), pero la contraparte más importante viene de la comunidad. Sin la insistencia de los hombres y las mujeres de este lugar, a través de la Capitanía del Alto y Bajo Isoso (CABI) no se habría empezado a perfeccionar el cuidado del ganado de raza criolla que se compró con ese dinero.

Cada familia recibió, en dos entregas, un total de ocho cabezas seleccionadas, adquiridas del proyecto Yabaré de mejoramiento de ganado criollo, de la Universidad Gabriel René Moreno.

MADRES SOLTERAS Y EL INFALTABLE ENFOQUE DE GÉNERO
Cada mañana, la capitana Adela Choipa prepara el desayuno para sus hijos y recorre los 300 metros que hay desde su casa hasta el corral. En lugar de la tradicional superposición de troncos delgados, el corral es una infraestructura con sólidos machones y tablones unidos con fuertes cables. Choipa debe cumplir con su turno de limpiar los bebederos. Las 14 mujeres que actualmente se encargan de la ordeña y la alimentación desconocían el manejo del ganado. “Nuestra fuerza no da como para cortar los machones. Eso lo hacen los hombres, pero nosotras pintamos la madera con aceite quemado dos veces al año”, cuenta en su musical guaraní, que traduce uno de los técnicos que trabaja con la Fundación Cerai, o Centro de Estudios Rurales y de Agricultura Internacional. La fundación es la ejecutora de esta iniciativa.
Como la capitana Adela, algunas de las mujeres son madres solteras. “Hay varias en Isoso. Por qué será. Hay más mujeres que hombres”, comenta Elio Iti.

LOS TÉCNICOS Y EL APELLIDO SEGUNDO
Reynaldo y Jorge no son hermanos aunque tengan el apellido Segundo. Decenas de personas lo llevan en este lugar. Reynaldo trabaja en la zona desde hace años, pero Jorge ha terminado recientemente su carrera como técnico veterinario en el Instituto Superior Técnico de Charagua, que está a 115 kilómetros. “Es una alegría trabajar en mi tierra ayudando a mi gente”, dice. Dentro de pocos años, Ribelino Segundo Iti regresará de Misiones (Argentina) con la gloria de ser el primer ingeniero en agroecología, nativo de Rancho Viejo. Fue becado por la Fundación Cerai.


Los técnicos explican que el manejo del hato no se limita al ramoneo. Para evitar que el frágil ecosistema chaqueño sufra sobrecargas, se han diseñado potreros para distribuir los animales en diferentes sitios. En un suelo expuesto a los vientos, con peligro de salinización y compactación, hay que cuidar las especies forrajeras. Por eso los potreros están en una superficie de 5.020 hectáreas, consolidadas a favor de la comunidad.


En esta superficie hay transectos o callejones por los que el hato va de un potrero a otro. ¡Hay diez kilómetros de estos callejones! Quizá no resulte interesante saber que hay más de 46 kilómetros de alambradas internas, pero sí que en el hato el índice de natalidad de las vaquitas se ha incrementado de un 40% a un 70%. Aumentaron de 150 a 190 kilos de peso y la producción de leche se ha triplicado: de un litro diario a tres. De las 600 cabezas iniciales hay unas 800. Todo eso, gracias a que se empezó a realizar un manejo productivo, como el control sanitario. Pero todavía es poco.


Una de las estrategias consiste en alimentar al ganado con los pastos nativos y otros vegetales que solo conocen quienes viven en el bosque seco chaqueño. El choroquete provee hojas en tiempo seco; también se aprovecha el mistol, la algarrobilla y el porotillo. Inés Montenegro muestra cómo se recoge el garabatillo. Toma una vara de casi tres metros y comienza a buscar entre los árboles. Crecen pegados a los troncos. Cuando ve alguno, lo engancha de una de sus hojas, que parecen tentáculos. Lo desprende del árbol y lo introduce en una bolsa. Luego deshojarán el garabatillo para evitar que las vacas se atoren. Detalle importante: pese al forraje chaqueño, es necesario darle al ganado un suplemento de yodo. explica el veterinario Richard Villarroel. “Sin yodo, aumenta la retención placentaria en las vacas”. Si la placenta no se desprende, pueden ocurrir infecciones y hasta la muerte del animal.

Pionera. Las mujeres de esta comunidad aprendieron a manejar el ganado. Recibieron semillas para iniciar un huerto familiar


Por primera vez se ha sembrado sorgo híbrido en las parcelas de Rancho Viejo. Las tres hectáreas de sorgo se sumarán a las siete de maíz chiriguano. A eso se debe la presencia de un tractor, utilizado para preparar el terreno. Cuando concluya la campaña, se comenzará a preparar heno. La intención es asegurar la alimentación durante la prolongada sequía.
Para hacer todo esto fue necesario realizar una organización interna. Gracias a ella se puede pagar a un vaquero, que se ocupa de trasladar el ganado entre los potreros y de revisar si tiene alguna enfermedad. Cada familia entrega Bs 4 para pagar su sueldo, que se completa con aportes de arroz, frejol, yuca y maíz para su alimentación.


Con los responsables ya definidos, los pobladores se han inscrito en Agacabi, que es la Asociación de Ganaderos de la Capitanía del Alto y Bajo Isoso. En la comunidad La Brecha está la sede de Agacabi, que fue creada en 2001. Es una casita de tres habitaciones que comparte espacio con la sede de la CABI (Capitanía del Alto y Bajo Isoso). Ahí están enterrados los restos de Bonifacio Barrientos, ‘Sombra Grande’, el legendario capitán de la zona, que murió en 1985.
Ignacio Álvarez es presidente de Agacabi. Explica que la asociación se ha fortalecido. “Teníamos 250 asociados, pero con los de Rancho Viejo somos 300. He visto que tienen bonitos animales”.


Agacabi comparte con los nuevos integrantes la aspiración de tener un centro de remates propio, para evitar que los intermediarios paguen precios muy bajos. Por ejemplo, llega un ‘rescatador’ con su camión y ofrece 800 bolivianos por una res de 100 kilos. El precio de mercado supera los 1.500 bolivianos, pero el rescatador se beneficia de la dificultad de los ganaderos para llevar su producto hasta Charagua. No es raro que en las comunidades el kilo gancho de carne se pague hasta 10 bolivianos. Como ejemplo: un kilo gancho en Santa Cruz supera los 17 bolivianos.

NO SABÍAN SEMBRAR
Nélida Romualdo suelta a su nieto y toma un azadón. El marido, silencioso, toma al niño y sigue a su mujer hasta un pequeño huerto. La mujer ha sembrado por primera vez y está esperando para cosechar cebollas, tomates, zanahorias y papa. Se ha sumado al proyecto, que contempla huertos familiares.
-¿Por qué no sembró antes, doña Nélida?


- Porque no tenía semillas. Tampoco sabía cómo manejar un huerto.
Ahora, todas las noches trae un poco de agua de la bomba de la comunidad y riega su pequeña parcela. En 30 días podrá comer las verduras que tanto ha cuidado.
La idea es fortalecer la seguridad alimentaria con 30 de estas pequeñas parcelas pensadas para cultivar hortalizas y frutas. Se distribuyeron semillas de hortalizas, 240 plantines de cítricos, además de la asistencia técnica.
Seguridad alimentaria. Quizá no se conoce con esas palabras, pero se entiende que la comunidad se esfuerza en variar su fuente de proteínas. Así se explica la presencia de las torcazas en algunas casas. El ave, similar a una paloma, está amarrada de una pata. Su función es actuar como señuelo. Se la coloca en los árboles y desde abajo se jala el hilo. La torcaza aletea y se acercan otras, que luego son derribadas a hondazos. Su carne es muy apreciada. Tampoco es raro que los niños cacen pavas. El perro taitetusero es una compañía frecuente, puesto que ayuda a cazar a los taitetuses y a los corechis o armadillos. El chancho tropero es muy apreciado.

NADIE QUERÍA QUEDARSE
Hay 115 alumnos en la escuelita Inchore Segundo, que lleva el nombre del poblador que instaló la primera escuelita en 1948. Hace cuatro años consiguieron habilitar el séptimo curso. Hay cuatro profesores con sueldo pagado por el Estado y uno voluntario. Es la única escuelita de la zona que no tiene una canchita polifuncional, explica el profesor Marcelo Velásquez. “Antes, los maestros venían y se quedaban hasta tres semanas. No aguantaban el clima”, cuenta.
De pronto, una muchedumbre de blanco aparece. Son los estudiantes que se reunieron para una fotografía y para mostrar el huerto escolar donde ya están creciendo las cebollas y la lechuga. La intención, explica el director Roberto Arriaga, es enseñar a los alumnos que hay varias formas de sembrar. Aprendieron el concepto del riego por goteo y utilizaron botellas de plástico para regar los cultivos. Son los que, en el futuro, manejarán la comunidad. Sus padres sueñan en tener, dentro de dos o tres años, una fábrica de yogur. Así resume Julián Iti su aspiración: “Se decía que los guaraníes solo reciben, pero también trabajamos. Pensamos en nuestros hijos. Ellos tienen que manejar la fábrica, porque nosotros somos todavía migrantes de la zafra”.

Harina, café y chocolate de cupesí
No se puede patentar una planta, pero sí sus usos. Eso es lo que hicieron las mujeres de Isoso con el algarrobo, llamado cupesí en la sabana cruceña y en guaraní se lo conoce como ivopei. Patentaron el procedimiento que les permite elaborar la harina, el café y el chocolate.
La capitana Leonisia Gutiérrez lidera uno de los grupos de elaboración de harina en Ivasiriri, una de las comunidades de Bajo Isoso. Durante esta época, los árboles ya están soltando sus frutos alargados, de sabor dulzón. Estas vainas tienen fama como reconstituyente y como estimulante del aparato reproductor. Con picardía, se cuenta que esta es la época de apareamiento de los burros, entusiastas consumidores de las vainas de algarrobo que abundan en el piso.
Las 20 integrantes de la Asociación de Productoras de Harina de Cupesí pueden reunir hasta 20 quintales en una temporada. Después de moler las vainas en un aparato también manual, se las deja secar. Se las coloca sobre una zaranda mecánica que funciona manualmente para separar el ‘jachi’ de la harina y se embolsa. Cada envase de cuarto kilo (250 gramos) cuesta 15 bolivianos. Si se tuesta un poco, se obtiene una bebida parecida al chocolate, y si el tostado se prolonga, se obtiene otra parecida al café. Ambos productos se venden en Santa Cruz.
En la comunidad La Brecha se produce champú elaborado con mistol, sábila y toco (conocido también como timboy). Se aplican criterios de comercio justo. Tejedoras como Brígida Segundo y Elena Segundo pertenecen a la Asociación de Tejedoras Sumbi Regua. Sus productos son conocidos en la capital del departamento y en otras ciudades.

PARAPETÍ, IMPONENTE

Durante siete u ocho meses el río Parapetí se seca. Las dunas tienen hasta dos metros de alto. Hay dos kilómetros entre una orilla y otra.

Al empezar las lluvias de diciembre, el río se llena y arriban serpientes hasta los bañados de Isoso.

Dicen que antes de los surazos, se oyen tambores en el río. Son los ecos de antiguos habitantes míticos.

Vida diaria

PARA EL SORGO
Por primera vez se ha sembrado un sorgo híbrido. Se preparará heno con maíz

POTREROS
Los tradicionales armados con rollizos dieron paso a otros con tablones y cables

PLUVIÓMETRO
Medir la cantidad de lluvia es importante. La sequía de la zona dura varios meses

Zafra.
Después de cinco meses de trabajo, los pobladores llegan con 30 quintales de víveres

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