Llegó a Santa Cruz a los 16 años. Llevaba consigo solamente una muda de ropa, pero, eso sí, muchas ilusiones de salir adelante y dejar atrás la pobreza.
Teodosia Quiroz Saravia, ahora con 56 años, ahora es una empresaria con propiedades y dinero gracias a su arduo trabajo y la remuneración que le dio la zafra de caña de azúcar.
Dejó su natal Llallagua (Potosí) hace 40 años en busca de trabajo y una oportunidad para mejorar su vida y la de su familia.
"Mi familia era pobre. Mi padre era bien... bien pobre. No teníamos nada, ni casa. Por eso me vine a este lado", relata la mujer.
El clima y las oportunidades de trabajo en Santa Cruz la sedujeron.
Los tres primeros años viajó a Santa Cruz acompañada de su padre y su hermana a trabajar en la cosecha de algodón. Luego resolvió aventurarse ella sola. Las labores pesadas nunca la intimidaron.
Después de trabajar durante cuatro años en la cosecha de algodón, decidió probar suerte en la zafra en la localidad de Montero, al Norte de Santa Cruz.
Machete en mano cortaba las cañas y las cargaba a las chatas (carrocerías acopladas a camiones o tractores) que transportaban esta materia prima para la elaboración del azúcar hasta los ingenios establecidos en el denominado Norte Integrado de Santa Cruz. También trabajó como transportista.
"Llevo pantalón y pollera", asegura con orgullo.
¿Qué ha conseguido en todo este tiempo con su trabajo? es la pregunta que surge en medio de la conversación con esta mujer que nació en una mina de Siglo XX.
"Ahora tengo tres camiones, una cargadora, dos tractores, cuatro chatas, una casa en Montero y mis lotecitos", responde sin disimular su orgullo.
ARDUO TRABAJO. Empezó cosechando algodón y trabajando en la zafra. Gracias a que pudo ahorrar desde el primer día logró comprarse sus primeras hectáreas de tierra.
La suerte de esta migrante fue que la tierra en ese entonces tenía un precio bajo, cien dólares por hectárea. Actualmente la misma extensión vale entre dos a tres mil dólares.
El patrimonio de Teodosia ha aumentado considerablemente, desde las nueve hectáreas que había adquirido en los primeros años de su estadía en Santa Cruz hasta lograr las 200 que tiene ahora.
Esta mujer empresaria trabaja con el Ingenio Guabirá. Este año entregó 7.300 toneladas de caña. En 2010, la cantidad fue superior en 100 toneladas.
El ingenio paga 24 dólares por tonelada de caña, como promedio.
Teodosia confiesa que se siente todavía con la suficiente energía para seguir trabajando en sus cañaverales. Pese a que no concluyó sus estudios en la escuela, asegura que es muy buena en matemáticas.
Francisco Dorado es otro inmigrante que ha logrado con mucho éxito integrarse a la actividad económica de la caña de azúcar en el Norte Integrado de Santa Cruz; ahora ocupa el cargo de presidente de la Unión de Cañeros Guabirá.
“Logré mis metas en Santa Cruz gracias al trabajo”
Santiago Espinoza Mendoza es otro inmigrante que logró triunfar en Santa Cruz en la industria de la caña de azúcar. Confiesa que al principio fue muy duro: su familia no tenía dinero ni para comer y se veía obligado a prestarse de sus vecinos.
Sin embargo, su firme determinación de triunfar en la vida le ayudó.
"Logré mis metas y ahora hasta a mis hijos les he dado terrenos y ellos son también cañeros", relata .
Santiago, oriundo de Potosí, empezó como zafrero, cuando llegó a Santa Cruz.
Su esfuerzo le permitió comprarse terrenos, luego tractores y una cargadora de caña.
Este empresario ocupa actualmente el cargo de presidente de la Unión de Cañeros Unagro.
Decidió dejar su natal Potosí por la precaria situación en la que vivía junto a su familia. Las granizadas y otras condiciones climáticas adversas le impulsaron a migrar a Santa Cruz.
“Muchos de mis compañeros se quedaron en mi pueblo y ahora están fregados, no tienen siquiera un terreno”, afirma.
Arribó a Santa Cruz cuando tenía 14 años y empezó durmiendo en el campamento junto a sus compañeros. Uno de sus primeros logros, según él, fue comprarse una colcha.
Ahora tiene 200 hectáreas de caña de azúcar, una cargadora, dos camiones, dos tractores y varias chatas.
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