¿Champiñones en el Valle Alto? la sola idea de encontrarlos en la naturaleza era un reto interesante y es así que un día salimos en su búsqueda.
Eran las 8:30 de la mañana cuando tomamos el primer bus rumbo a Punata, una parada obligatoria para dar con el “champiñón” criollo. Para llegar al origen de este apetitoso producto se debió realizar dos trasbordos y escalar por un sendero vecinal en dirección sureste de la sección municipal de “Villa Gualberto Villarroel”.
Un camino sinuoso que lentamente asciende a casi 3.500 metros sobre el nivel del mar; es allí donde habita el “champiñón” silvestre. La zona es de inmensa belleza, donde las parcelas de tierras productivas se extienden por hectáreas de cultivos de papa, maíz, camote y otros; definitivamente este lugar podría convertirse fácilmente en una locación ideal para la filmación de alguna película.
Este cantón se llama “Yana Rumi”, cuya traducción del quechua es “Piedra negra”, aunque ni los lugareños saben el por que lleva ese nombre.
Allí bajo la frondosa arboleda de los pinos es que cada temporada de lluvia brotan los hongos. A la fecha, algo más de 70 familias han plantado su propio bosquecillo, evidentemente viendo la doble utilidad que brinda, por un lado los hongos comestibles y por otro la venta de madera. Pero ahora es el momento de comenzar a buscar a los famosos “champiñones” del Valle Alto.
Descubriendo el hongo
“Hace 10 años nadie le daba importancia al “champiñón”. Los niños jugaban con este fruto pateándolo como si fuera pelota y sólo algunos animales los comían. Para nosotros era el forraje de las vacas o era mala hierba” o por lo menos así relata Filomena Velázquez. Ella es una mujer de pollera, como todas las mujeres que viven en la zona, de baja estatura y un poco robusta, se nota en su rostro quemado por el sol el paso de los 72 años de vida, pero que aún tiene las fuerzas y las manos para trabajar en el pequeño bosquecillo que plantó en sus terrenos.
Sorpresas bajo la “radiata”
La idea principal de los habitantes de esta comunidad era generar mayores recursos económicos a través de la forestación y reforestación de la venta de madera. Por eso hace algunas décadas comenzaron a sembrar “pinos”, de la especie radiata; con el objetivo de vender la madera.
No obstante, luego de algunos años, pequeños brotes de hongos empezaron a cubrir como alfombra la superficie cercana a la base del árbol; y como nadie conocía este producto empezaron a menospreciarlo, dejándolo secar y podrir en el mismo lugar.
De champiñón a k’allampa
Es así como el “champiñón” del valle aún esperaba su valoración real.
Rudy Torrez, ingeniero agrónomo, responsable del área de impacto de Valle Alto de Proimpa, explica que estas personas no se dedican propiamente a la producción sino simplemente a la cosecha, porque la semilla de este tipo de hongo comestible ya esta inocua dentro de los plantines del pino y que casi “mágicamente”, luego de algo más de seis años del crecimiento de los pinos, los hongos empezaron a aparecer; luego vieron la posibilidad de generar recursos con su comercialización, es ahí que comenzaron a denominarlo “champiñón”, cuando en realidad debería llamarse “k’allampa”.
Existen dos especies de k’allampa en el sector, ambas comestibles y con gran opción de mejora y crecimiento.
En Bolivia falta una fuerte tradición cultural de consumo de hongos silvestres debido a que no forman parte importante de la dieta de los habitantes; aunque muchas personas ya demuestran interés en su consumo.
Esperando las lluvias
Hace más o menos una década la zona de “Yana Rumi” tenía frecuentes visitas de “extranjeros”, del lado de La Paz, siempre en época de lluvias, los que se encargaban de recolectar los hongos que crecían bajo los pinos.
Filomena Velásquez recuerda que ellos se llevaban el producto en gangochos y no les pagaban casi nada o nada por ellos. “Nos mentían, nos decían que llevaban para producir alimento balanceado para sus animales, pero poco a poco empezamos a descubrir la verdad y lo que en realidad valía”. Desde entonces más de 70 familias empezaron a plantar y crear sus propios bosques esperando cosechar muchas arrobas de setas.
Es por ello que cada año con la llegada de la época de lluvia, la comunidad se alegra ya que sabe que inicia la temporada de recolección de los hongos y que deben ganarle el tiempo al tiempo, ya que saben que sólo tendrán un máximo de tres meses para cosechar intensamente. Asimismo se debe trabajar en el secado de los hongos de manera paralela y una vez que el producto esté completamente seco sacar fuera de la localidad para la venta, tanto en el mercado local como interdepartamental.
Erlinda Jiménez, responsable de saneamiento de Villa Gualberto Villarroel, afirma que en la actualidad la arroba cuesta 400 bolivianos y por eso cada familia vio necesario crear sus modos de recolección, mantenimiento de la semilla y sus formas de mejorar el proceso de secado. A la fecha los productores unieron sus cosechas para que sea sólo una delegada de la comunidad la que salga a vender este producto.
Epoca de intenso trabajo
Cada día más o menos a las seis de la mañana, Trifonia Vásquez, de 30 años de edad, agarra su canasta y su cuchillo y sale de su casa para bajar hacia el bosquecillo que su familia sembró, a algo más de 45 minutos, al sur de Yana Rumi. Es allí donde cuidadosamente comienza a extraer las k’allampas del día. “Estas setas aparecen de un día a otro, en época de lluvia y por eso no podemos dejar de venir ni un solo día, ya que al segundo día empiezan a maltratarse”, relata la mujer.
La mayoría se encuentra escondida, mimetizándose con la naturaleza, entre la maleza y las rocas del sector; sólo la experiencia de años de trabajo ayudan a Trifonia a descubrirlas, para una a una extraerlas de la tierra realizando un corte limpio en el tallo de la seta silvestre. Luego se limpia un poco la superficie y se deposita en una canasta. Wilson Acuña, oficial mayor de Villa Gualberto Villarroel, informa que las autoridades de la zona están realizando todos los esfuerzos posibles para hacer crecer la producción de este hongo; por eso contrataron expertos internacionales para que capacite a los cosechadores, tanto en cosecha como en secado y consumo.
Formas de secado
Zacarías Guevara, un hombre de 65 años de edad, relata que a partir del mes de diciembre comienza a mirar hacia el cielo, en busca de las primeras señales de lluvia, porque una vez que el agua empieza a caer las setas empiezan a crecer de la noche a la mañana.
Pero no sólo eso, sino que una vez que se empiezan las cosechas también hay que estar pendiente de las nuevas lloviznas, con la finalidad de recoger las setas del sol, puesto que deben estar bien secas para venderlas.
“Lo primero que me enseñaron los ingenieros es secar los “champiñones” en mesas elevadas, protegidas con nylon. Ahí no tenía que levantar a cada rato sino solamente al final y secaba bien” asegura Guevara. De igual manera, las otras familias velan por el cambio de clima.
Ahora los ingenieros de Proimpa incentivan el secado de los hongos en pequeños invernaderos que concentran el calor y el aire fluye libremente en el interior. “aquí no tengo que estar corriendo para levantar porque están bien protegidos y creo que salen más sequitos” asegura Trifonia Vasquez.
Formas de preparado
Filomena Velázquez afirma que paralelamente a la cosecha de hongos también se aprendió a cocinarlos. No es difícil, sólo es cuestión de hacerlos remojar como el chuño, lavarlos bien en varias aguas y luego cocinar como si fuera carne.
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