Los recursos genéticos de las plantas cultivadas no tienen una distribución uniforme. Están concentrados en las regiones tropicales y subtropicales, en mayor número de especies y variedades, y son escasos o faltan del todo en áreas muy extensas de las zonas templadas. Vavilov fue el primero en señalar dicha irregularidad en la distribución geográfica, y aunque su explicación ya no es aceptada, su definición de zonas de alta riqueza en recursos genéticos sigue siendo válida y útil. Hay una relación estrecha entre los ocho centros que Vavilov señaló como áreas de alta diversidad y el estado de la agricultura en la época del Descubrimiento. A la llegada de los europeos había en América dos regiones de agricultura avanzada: Mesoamérica, con un área nuclear en México-Guatemala, y los Andes, con un zona similar en el sur del Perú. No sólo la agricultura estaba más avanzada en esas dos regiones, sino también la industria, comercio, comunicaciones y desarrollo urbano. En ellas el progreso agrícola se caracterizaba por el alto número de plantas cultivadas, el reducido número de animales domésticos, el desarrollo del riego y la conservación del suelo, las herramientas adaptadas al trabajo del campo, (para el cual no se contaba con animales de tiro), y una tecnología para la conservación de alimentos mucho más avanzada que la que existía en Europa.
Mesoamérica y los Andes no tenían una comunicación cultural directa. Estaban separados por una región intermedia, que incluía gran parte de América Central y del noroeste de América del Sur, cuyo desarrollo cultural era mucho menor. Había varias plantas que se cultivaban en las dos regiones, lo que representa un substrato común a todo el continente.
El maíz ha sido la planta de cultivo más extenso: desde la desembocadura del río San Lorenzo, en Canadá (52° lat. N), hasta el centro de Chile (35° lat. S), y desde el nivel del mar hasta los 3 900 m de altitud. Los frijoles, Phaseolus vulgaris y P. lunatus, cubrían un área semejante; este último se cultivaba hasta las costas de Brasil. También eran comunes el tabaco y los aguacates. Es de interés indicar que de los géneros Amaranthus, Capsicum, Cucurbita, Gossypium, Physalis, Pachyrrhizus se domesticaron especies diferentes en Mesoamérica y los Andes.
La botánica, la arqueología y la historia han permitido comprobar que ambas regiones tuvieron en sus áreas nucleares un número significativo de especies cultivadas autóctonas; algunas de ellas todavía se encuentran sólo en esas zonas. Las áreas nucleares estaban rodeadas por otras de condiciones ambientales diferentes, en las cuales había plantas domesticadas de origen local. De ello resulta una norma de distribución según la cual el número de especies y variedades cultivadas disminuye de la región nuclear hacia la
periferia.
Al componente local del germoplasma en las áreas nucleares y adyacentes hay que agregar la contribución foránea, a través de introducciones hechas en diferentes épocas y de distintas procedencias. Antes del Descubrimiento ya se cultivaban en Mesoamérica y los Andes la yuca, el camote, el maní y el achiote, posiblemente originarios de otras áreas del continente, y la calabaza (Lagenaria siceraria), probablemente de origen africano, utilizada, desde Estados Unidos a Argentina, solamente por sus frutos, que servían de recipientes. Este proceso de difusión comenzó, en las primeras etapas de la agricultura, por intercambios, robo, guerras y conquistas entre las poblaciones primitivas. El éxito de las introducciones dependió de la capacidad de adaptación de las especies a nuevos ambientes, y de su aceptación por los consumidores. El caso del plátano es ejemplar; fue introducido al inicio del Descubrimiento, y su expansión en América tropical precedió en diez años el desplazamiento de los conquistadores. De menor efecto pudo ser la difusión de cultivares que resultó de la emigración, voluntaria o forzada, de comunidades humanas, pero hay pruebas históricas que la confirman. La concentración de recursos genéticos en Mesoamérica y los Andes, que en el momento de la Conquista eran los asientos de dos imperios muy extensos, se puede explicar por la acumulación de germoplasma durante una larga historia de domesticaciones locales, y la adaptación de cultivos foráneos, en base a unas pocas especies cultivadas comunes a las dos regiones.
Estas dos áreas de concentración intensa de germoplasma ocupan sin embargo una superficie muy reducida. Fuera de los trópicos, al norte de Mesoamérica, hubo pocas domesticaciones aisladas: girasol, aguaturma (Helianthus tuberosus), Iva annua, Proboscidea parviflora, Chenopodium sp., de las cuales sólo las dos primeras se conocen en otras regiones.
La región intermedia se extiende en América del Sur abarcando las cuencas del Orinoco, Amazonas y Paraguay-Paraná. Esta inmensa región cubre las áreas de mayor riqueza en diversidad de especies y ambientes en el continente. En ella se domesticaron especies de importancia mundial: yuca, camote, piña, maní, y muchas de cultivo incipiente. A pesar de su enorme extensión no existen áreas nucleares con alta concentración de germoplasma, y sólo en el alto Amazonas hay una zona indefinida de plantas autóctonas aún en estado incipiente de cultivo. Existen pruebas arqueológicas de una ocupación humana antigua y extensa en la región intermedia, en edad comparable a las ocupaciones en Mesoamérica y los Andes, pero ningún grupo humano alcanzó una cultura paragonable a la de estas civilizaciones. Para explicar la ausencia de una agricultura avanzada, se puede aducir que en ciertas regiones, por ejemplo la Amazonia, imperan condiciones naturales, como la abundancia de recursos alimenticios en plantas y animales que eran suficientes para abastecer a una comunidad, asegurándole durante todo el año una nutrición equilibrada; y que la baja fertilidad de los suelos, las crecidas de los grandes ríos y las sequías prolongadas no favorecieron el desarrollo de una civilización sólidamente arraigada.
Finalmente, en el extremo sur del continente, ya fuera de los trópicos, hubo domesticaciones aisladas. En Chile se cultivaron los cereales Bromus mango y Elymus sp., hasta que los cereales europeos los reemplazaron por completo; una oleaginosa, Madia sativa, se cultivó hasta el siglo xviii. En Argentina y Brasil se inició el cultivo de una hortaliza de importancia mundial, Cucurbita maxima.
Las Antillas no fueron una fuente importante de plantas cultivadas. Sólo el mamey, Mammea americana, que parece tener origen antillano, crece silvestre en las Antillas Mayores, donde se conoce con el nombre de taíno. Es dudoso que el arrorruz (Maranta arundinacea) fuera domesticado en las Antillas Menores como se ha sugerido; pudo más bien haber sido introducido desde América del Sur. Las Antillas, especialmente
La Española, fueron los sitios donde los europeos conocieron primero un buen número de las plantas cultivadas americanas, adoptando para ellas los nombres indígenas, que luego difundieron por todo el continente.
Mesoamérica y los Andes no tenían una comunicación cultural directa. Estaban separados por una región intermedia, que incluía gran parte de América Central y del noroeste de América del Sur, cuyo desarrollo cultural era mucho menor. Había varias plantas que se cultivaban en las dos regiones, lo que representa un substrato común a todo el continente.
El maíz ha sido la planta de cultivo más extenso: desde la desembocadura del río San Lorenzo, en Canadá (52° lat. N), hasta el centro de Chile (35° lat. S), y desde el nivel del mar hasta los 3 900 m de altitud. Los frijoles, Phaseolus vulgaris y P. lunatus, cubrían un área semejante; este último se cultivaba hasta las costas de Brasil. También eran comunes el tabaco y los aguacates. Es de interés indicar que de los géneros Amaranthus, Capsicum, Cucurbita, Gossypium, Physalis, Pachyrrhizus se domesticaron especies diferentes en Mesoamérica y los Andes.
La botánica, la arqueología y la historia han permitido comprobar que ambas regiones tuvieron en sus áreas nucleares un número significativo de especies cultivadas autóctonas; algunas de ellas todavía se encuentran sólo en esas zonas. Las áreas nucleares estaban rodeadas por otras de condiciones ambientales diferentes, en las cuales había plantas domesticadas de origen local. De ello resulta una norma de distribución según la cual el número de especies y variedades cultivadas disminuye de la región nuclear hacia la
periferia.
Al componente local del germoplasma en las áreas nucleares y adyacentes hay que agregar la contribución foránea, a través de introducciones hechas en diferentes épocas y de distintas procedencias. Antes del Descubrimiento ya se cultivaban en Mesoamérica y los Andes la yuca, el camote, el maní y el achiote, posiblemente originarios de otras áreas del continente, y la calabaza (Lagenaria siceraria), probablemente de origen africano, utilizada, desde Estados Unidos a Argentina, solamente por sus frutos, que servían de recipientes. Este proceso de difusión comenzó, en las primeras etapas de la agricultura, por intercambios, robo, guerras y conquistas entre las poblaciones primitivas. El éxito de las introducciones dependió de la capacidad de adaptación de las especies a nuevos ambientes, y de su aceptación por los consumidores. El caso del plátano es ejemplar; fue introducido al inicio del Descubrimiento, y su expansión en América tropical precedió en diez años el desplazamiento de los conquistadores. De menor efecto pudo ser la difusión de cultivares que resultó de la emigración, voluntaria o forzada, de comunidades humanas, pero hay pruebas históricas que la confirman. La concentración de recursos genéticos en Mesoamérica y los Andes, que en el momento de la Conquista eran los asientos de dos imperios muy extensos, se puede explicar por la acumulación de germoplasma durante una larga historia de domesticaciones locales, y la adaptación de cultivos foráneos, en base a unas pocas especies cultivadas comunes a las dos regiones.
Estas dos áreas de concentración intensa de germoplasma ocupan sin embargo una superficie muy reducida. Fuera de los trópicos, al norte de Mesoamérica, hubo pocas domesticaciones aisladas: girasol, aguaturma (Helianthus tuberosus), Iva annua, Proboscidea parviflora, Chenopodium sp., de las cuales sólo las dos primeras se conocen en otras regiones.
La región intermedia se extiende en América del Sur abarcando las cuencas del Orinoco, Amazonas y Paraguay-Paraná. Esta inmensa región cubre las áreas de mayor riqueza en diversidad de especies y ambientes en el continente. En ella se domesticaron especies de importancia mundial: yuca, camote, piña, maní, y muchas de cultivo incipiente. A pesar de su enorme extensión no existen áreas nucleares con alta concentración de germoplasma, y sólo en el alto Amazonas hay una zona indefinida de plantas autóctonas aún en estado incipiente de cultivo. Existen pruebas arqueológicas de una ocupación humana antigua y extensa en la región intermedia, en edad comparable a las ocupaciones en Mesoamérica y los Andes, pero ningún grupo humano alcanzó una cultura paragonable a la de estas civilizaciones. Para explicar la ausencia de una agricultura avanzada, se puede aducir que en ciertas regiones, por ejemplo la Amazonia, imperan condiciones naturales, como la abundancia de recursos alimenticios en plantas y animales que eran suficientes para abastecer a una comunidad, asegurándole durante todo el año una nutrición equilibrada; y que la baja fertilidad de los suelos, las crecidas de los grandes ríos y las sequías prolongadas no favorecieron el desarrollo de una civilización sólidamente arraigada.
Finalmente, en el extremo sur del continente, ya fuera de los trópicos, hubo domesticaciones aisladas. En Chile se cultivaron los cereales Bromus mango y Elymus sp., hasta que los cereales europeos los reemplazaron por completo; una oleaginosa, Madia sativa, se cultivó hasta el siglo xviii. En Argentina y Brasil se inició el cultivo de una hortaliza de importancia mundial, Cucurbita maxima.
Las Antillas no fueron una fuente importante de plantas cultivadas. Sólo el mamey, Mammea americana, que parece tener origen antillano, crece silvestre en las Antillas Mayores, donde se conoce con el nombre de taíno. Es dudoso que el arrorruz (Maranta arundinacea) fuera domesticado en las Antillas Menores como se ha sugerido; pudo más bien haber sido introducido desde América del Sur. Las Antillas, especialmente
La Española, fueron los sitios donde los europeos conocieron primero un buen número de las plantas cultivadas americanas, adoptando para ellas los nombres indígenas, que luego difundieron por todo el continente.
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