Los ríos colosos de Beni sufren una metamorfosis histórica. Esos gigantes de agua hoy están convertidos en arroyos tímidos, y en los puertos donde anclaban barcos de alto tonelaje quedan sólo arena o caballos que aprovechan el pasto que nació con la poca humedad de esos suelos.
Quienes se atreven a zarpar por esas delgadas líneas de agua que todavía quedan lo hacen a sabiendas que en el viaje, a media carga, se toparán con murallas de arena y cachuelas de piedras que harán encallar la embarcación, que no podrán llegar hasta las puertas de los pueblos y que deberán bajar el equipaje a los pies de los barrancos para buscar un motorizado que vaya por caminos de tierra o sendas de herradura.
Ese panorama gris tiene un culpable: la sequía. “El 100% de los ríos de Beni entró en crisis hídrica por falta de lluvias en las cuencas alta, media y baja”, confirma Luis Antonio Philips, hidrólogo de profesión y director del Sistema de Alerta Temprana y de la Gestión de Riesgo de la Gobernación de Beni. En palabras sencillas, lo que él quiere decir es que los cerca de 50 ríos y afluentes de agua que hay en Beni -16 de ellos navegables- se están secando y que hay zonas, incluso en el mismo gigante Mamoré, con profundidades de apenas 80 centímetros, una miseria que impide incluso que las lanchas domésticas se lancen a las aguas sin temor a quedar atoradas en el trayecto.
Este fenómeno supera todos los récords históricos e incluso el promedio de déficit de agua de los últimos 10 años, que no bajaba del metro de profundidad, tanto en el río Ichilo como en el Mamorecillo, Mamoré, Chapare, Tijamuchí, Apere, Ibare, Iténez, Blanco, Yacuma, entre otros. Todos ellos hoy están afectados por la sequía.
Los efectos de la falta de lluvias ya están a la vista: hay 800 comunidades, donde viven más de 400.000 personas asentadas en los ríos navegables y otros afluentes de la Amazonia, cuya vida social, económica y cultural fluye al ritmo de las actividades de navegación y del nivel de las aguas. “Los ríos nos dan la vida, y la sequía ahora nos la está quitando”, se lamenta Eduardo Javier Suárez, un carpintero de barcos que el pasado martes estaba retocando una embarcación anclada en las arenas del río Abuná, donde a comienzos de año el agua estaba brava y profunda.
La Agencia Regional Trans Naval reveló que los volúmenes de envío de gasolina, diésel y jet fuel a Guayaramerín y a otros destinos -para mover todo el aparato productivo y energético de Beni y Pando- han disminuido un 50% porque las barcazas ya no pueden surcar los ríos con sus 450.000 litros de carga.
Llevar por tierra tal carga es inviable. El capitán de navío diplomado en altos estudios nacionales Amilcar Morales asegura que el transporte terrestre cuesta el doble y hasta el triple, y que para llevar los 350.000 litros de combustible que carga ahora una barcaza se necesitan por lo menos 10 camiones cisternas y los caminos de tierra no garantizan un tráfico fluido.
Pero YPFB tomó sus previsiones y ha venido guardando reservas en los tanques de Guayaramerín, asegura la Agencia Regional Trans Naval, adelantándose a una prolongación de la sequía. Desde esta oficina dicen que los barcos cada vez tendrán que ir con menos carga.
Esos 800 pueblos que viven en las riberas de los ríos se abastecen de productos que llegan a través de las aguas, pero ahora que a los barcos ya no se los ve por el horizonte y que sus puertos permanecen solitarios, ya empieza a sentirse una escasez de productos comestibles y un incremento en los precios de algunos de ellos. Fernando Galindo estaba la noche del martes con su cargamento de sal para ganado en el puerto Los Puentes -a 25 km de Trinidad- aguardando a que llegue el barco de Santa Ana de Yacuma que contrató para transportar dicha mercancía al interior de la Amazonia. “Me ha llegado la información de que la embarcación está encallada lejos de aquí”, dice con una voz triste, porque sabe que cada día que pasa le cuesta dinero mantenerse a los pies del Mamoré.
El marinero Gary Villagómez Justiniano, que pilota el barco Mari Luz, se vio obligado a anclar 20 km antes de Santa Ana de Yacuma porque un colchón de piedras le impidió llegar hasta el tradicional puerto Junín.
Ahí improvisó un puerto y el dueño de la mercadería tardó tres días en hacer llegar la carga por tierra hasta el centro de Santa Ana, donde viven 17.000 habitantes.
Según Philips, el viernes pasado el COE de Beni declaró en situación de emergencia al departamento, puesto que los efectos climatológicos están golpeando a varios municipios.
Pero por ahora devolver el agua a los ríos no está en manos del hombre. Amilcar Morales, el ejecutivo del Servicio de Mejoramiento a la Navegación Amazónica (Semena), dice que para terminar con la sequía debe llover ininterrumpidamente por lo menos 10 litros por metro cuadrado durante cinco días.
Pero el agua que caiga no será bendita, teme el hidrólogo Luis Antonio Philips, ya que arrastrará las cenizas que quedaron de los incendios forestales. Con ello, advierte, empezará un nuevo problema para esas 800 comunidades asentadas en las riberas, donde la vida de sus 400.000 habitantes fluye al ritmo de las actividades de navegación y del nivel de los ríos.
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