lunes, 20 de febrero de 2017

Se armaron con petardos y hule contra las langostas



La plaga es como la muerte, llega el rato menos pensado. Y al municipio de Cabezas llegó el 27 de enero y lo hizo de la noche a la mañana. Jesús Dorado sintió que el mundo se le venía encima, cuando vio que su plantación de maíz en su parcela de Yateirenda era atacada sin contemplación por miles de langostas que se lo comían todo, como si hubieran sido enviadas por el mismísimo diablo.


Los testimonios coinciden y a cada productor que se le consulta, emite su forma de sentir y sufrir lo que ellos consideran uno de los problemas más grandes que se hayan presentado en ese municipio, que queda a 120 km de la ciudad de Santa Cruz. “Es superior a la inundación y a la sequía, porque con la inundación uno sabe que eso pasará cuando las lluvias se marchen y que la sequía se irá cuando empiece a llover”, dice Raquel Orozco, que vive en Piraicito, hasta donde se llega por un camino de tierra, angosto y que trepa por pequeñas colinas, con casas modestas que están distantes unas de otras y con sembradíos heridos por las langostas, cuyas hojas están hechas jirones, mordidas hasta dejarlas en tallos.


“Una planta, cuando pierde sus hojas ya no puede dar frutos o disminuye su producción, es como una persona que pierde una mano, ya no trabaja igual”, dice Plácido Condori, que es ingeniero agrónomo y que trabaja para el Servicio Nacional de Seguridad Agropecuaria e Inocuidad Alimentaria (Senasag), que está a un costado de la carretera asfaltada que une Santa Cruz de la Sierra con Cabezas, a 10 km antes de llegar a Basilio. Plácido Condori bate un turril con
químicos para matar a las langostas, que martirizan la vida de al menos 3.500 productores.
El agrónomo mira el cielo porque del cielo llegarán las dos avionetas que aterrizarán en la carretera, cargarán el veneno y decolarán para fumigar las plantaciones de maíz, maní y sorgo, que son comida fresca para las langostas.


Pero son las 9 de la mañana y las avionetas no llegan y tampoco los policías de Cabezas que deben cortar el tránsito para que la carretera se convierta en una pista improvisada durante media hora. Media hora después, se entera de que la fumigación se ha suspendido para la tarde porque ahora el viento es el que impedirá que las aeronaves puedan hacer su labor.

A puro pulmón
Pero antes de que la fumigación aérea haya sido una de las soluciones más categóricas para combatir el mal, los productores actuaron en función de la desesperación y echaron mano de su creatividad, ensayando fórmulas empíricas, haciendo correr la voz de parcela en parcela, contándose qué táctica usaron y si había o no dado resultado.


Delicia Salvatierra vive en la comunidad Las Pozas del distrito de Piraicito. Hasta su casa ha llegado el comentario de que a las langostas no les gustaba el ruido y que ese era un interesante antídoto para hacerlas escapar.


Por eso, muchos comunitarios compraron cajas de petardos para hacerlos detonar entre las plantaciones que devoraban las langostas.


¿Y funcionó esa estrategia?
De dónde, qué se iban a ir. No le tenían miedo, aunque explotaran cerca de sus oídos.
Salvatierra llegó a la zona en 2002 y en todo este tiempo consiguió construir una casa de ladrillos, criar vacas lecheras y patos, y tener una parcela, donde puso plantas de plátano y chirimoya.


Las langostas eran una visita indeseable, dice, y afirma que se quedaron una semana. Toda una semana la pasamos en vela, sin dormir, pensando en que llegue el bendito día en que ya no estén.


Pero doña Delicia no se conformaba con mirarlas desde la rendija de su ventana.
Tito Rojas, su esposo, al igual que ella, una voz amigable, dice que hizo de todo: “Primero, fumigué las plantas con creolina y después con fonidol. Como veíamos que eso no era la solución definitiva, empezamos a abanicar las plantas con unas banderas que hicimos con nuestras propias manos”.


Rojas dice que esta fue una de las experiencias más creativas que haya puesto en marcha: empezó a juntar bolsas de hule, las amarró a un palo como una especie de plumero, tomó su caballo manso y empezó a correr por entre los surcos, espantando a las langostas, sacándolas de entre las hojas, obligándolas a que dejaran de comer y se marcharan para siempre.
“Esa tarea la hacía a toda hora y continuábamos haciéndola hasta la una de la madrugada”, dice y continúa narrando.
“Se iban, pero se daban la vuelta al ratito y volvían.
Como jugar al gato y al ratón.
Estas langostas no son como las de antes, que solo saltaban. Estas son voladoras. Y cuando yo iba con mi bandera de hule, ellas se me venían a la cara y me arañaban como si tuvieran uñas afiladas”.

Otro temor a la vista
Primitiva Díaz vive en Buen Retiro Norte. Tiene una casa en la que vive con su esposo, Isaac Herrera. Ambos viven de la agricultura y ahora están preocupados porque casi toda su producción de maní ha sido eliminada por las langostas.


Isaac tiene un temor enorme, a pesar de que las avionetas que fumigaron la anterior semana han ido matando a los bichos: teme que los huevos que las ninfas depositaron a 10 centímetros de profundidad del suelo nazcan y con ello empiece de nuevo la plaga.
Isaac está en su terreno y con sus manos cava hasta encontrar la cueva donde hay más de cien huevos. “El problema puede estar aquí”, dice, y sigue perforando el suelo que ha humedecido la última lluvia.


Este hombre está cumpliendo con lo que el ingeniero del Senasag, Plácido Condori, ha sugerido como una orden: remover la tierra para alterar el ciclo de incubación de los huevos y así impedir que nazcan nuevas larvas.


Para apoyar este trabajo, se procedió a entregar los químicos a los productores que se encuentran en toda la zona de Florida, donde existen 6.000 hectáreas de cultivos y a cada persona se le dará para que fumiguen sus parcelas de cinco ha.


Así lo dijo Jorge Arriaga, director de Desarrollo Productivo y Medio Ambiente de la Alcaldía de Cabezas, desde donde señaló que con esta determinación y el compromiso de la fumigación por aire, muchos productores han logrado tranquilizarse, sin que eso signifique que no estén preocupados.


En la comunidad 22 de Agosto los pobladores están reunidos en una especie de ampliado. Están tratando varios puntos, entre ellos la plaga de las langostas y la falta de agua en esa comunidad.
Cipriano Abendaño cuenta que el agua que está en cuatro turriles la traen en cisternas desde Cabezas cada 15 días y la utilizan para beber. Pero el problema mayor surgió ahora que tiene que fumigar contra las langostas, puesto que el veneno tienen que mezclarlo con agua y, entonces, el líquido elemento, que es para beber, deberán utilizarlo para ese fin. “Estamos contra la espada y la pared”, dice otro vecino


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