sábado, 19 de marzo de 2016

Café, un producto para la paz


RECORRIDO

Son cerca de 30 kilómetros de una carretera bordeada por abismos y cortada en diferentes puntos por cascadas de agua pura que baja de las montañas y que, en el mejor de los casos, se recorren en dos horas.

Como muchos campesinos colombianos, Omar Jiménez dejó los cultivos de coca en el noroeste del país para volver a sus orígenes y sembrar café, un producto con el que ayudan a construir lo que llama "una paz silenciosa".

También como muchos campesinos de esta región del departamento de Antioquia, Jiménez cultivó coca a finales de los 90 y comienzos de este siglo, los años de mayor bonanza, pero se cansó de la vida en la ilegalidad y de los riesgos que entrañaba esa actividad y decidió regresar a lo suyo.

Hoy vive en su pequeña propiedad cerca de la aldea de Las Auras, que hace parte del municipio de Briceño, en el departamento de Antioquia, una región donde los modos de vida son definidos por las agrestes montañas de la cordillera de los Andes que dominan el paisaje y donde las mulas siguen siendo el principal medio de transporte de los productos del campo.

"Se erradicó la coca y se sembró el cultivo de café (...) y a eso es lo que estamos apostándole, a una reconversión, o sea a unos cultivos que al menos nos den un sustento más digno y no sean ilícitos. Esto es lo que se llama una paz silenciosa, le estamos apostando a lo bueno y no a lo malo", dijo Jiménez mientras muestra orgulloso su plantación.

Por su difícil orografía y ubicación estratégica para el paso de drogas hacia el golfo de Urabá, en el Caribe, la zona de Briceño ha sido escenario del conflicto armado entre el Ejército y la guerrilla, paramilitares y más recientemente las bandas criminales, que ha dejado cerca de 600 minas antipersona en su territorio.

"Yo trabajé también con la coca y son cosas que no lo llevan a uno a ningún destino sino que siempre generan más violencia, y me dio por cambiar a los cultivos buenos", agrega Jiménez sobre el cafetal donde trabaja a diario con su mujer, Luz Dary Tapias.

El trabajo es duro porque los Jiménez Tapias trabajan con las uñas, sin la maquinaria adecuada, para producir un grano de calidad superior que venden en una cooperativa de la Asociación para el Desarrollo Productivo, Económico, Social y Ecológico de Briceño (Asdesebri).

Esta cooperativa, que beneficia a 332 familias de 20 zonas rurales de Briceño, funciona gracias al apoyo del programa Colombia Responde, financiado por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), que también invierte en otras iniciativas y en la pavimentación de calles en los caseríos.

De las cerca de 10.000 plantas que tiene la finca de Jiménez salieron parte de las 25 toneladas de café que Adesebri exportó en enero pasado a Bélgica, su primer negocio con el exterior, con el apoyo de Colombia Responde y de la empresa Laumayer.

"Aquí en Briceño siempre había bastantico cultivo ilícito, pero (...) en mucha parte muchos caficultores terminaron con la coca y siguieron con el café", explicó José Vicente Patiño, representante legal de Asdesebri.

Patiño reconoce que él también sembró coca hace unos veinte años pero vio "que eso era un fracaso" que no le dejó nada porque los cultivos ilícitos, a pesar de ser más rentables, "traen mucho peligro, mucho problema con la comunidad, con toda la autoridad".

"Hay mucho beneficio con el café, al menos uno está tranquilo, no está escondiendo nada, no necesita uno alimentar grupos al margen de la ley sino que esto es un beneficio para el campesino", subraya por su parte Jiménez.

Los campesinos trabajan con entusiasmo en los cafetales, pero piden que se les ayude con vías de comunicación para poder sacar sus productos porque la sinuosa carretera que conduce a Briceño está sin asfaltar, y a las zonas rurales se llega por caminos de herradura que han sido ampliados en los últimos años.

"La necesidad que tenemos en este momento es la vía que nos conduce desde la cabecera municipal hasta San Fermín", donde se conecta con la carretera asfaltada que lleva al vecino municipio de Yarumal y a Medellín, la capital regional, concluye el concejal y productor de café Oderi Monsalve.

Víctimas de la violencia se organizan

Las mujeres del sur del departamento de Bolívar, en el Caribe colombiano, están cansadas de la violencia guerrillera y paramilitar y por eso unen sus manos y su trabajo para salir de la espiral que las ha rodeado desde hace más de medio siglo.

Ahora, 44 de ellas, víctimas de los desmanes de las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), así como de los paramilitares que operaron en el sur de ese departamento, se están organizando en una cooperativa que les permita manejar un hato de búfalos.

El ganado permanece en la hacienda Vistahermosa, entregada al Gobierno por el paramilitar desmovilizado "Julián Bolívar" para la reparación de las víctimas del conflicto armado.

En la finca de 1.200 hectáreas ubicada en la aldea de Monterrey, municipio de Simití, también hay 877 hectáreas cultivadas de palma de aceite que son administrados por la estatal Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas y en donde trabajan conjuntamente desmovilizados y víctimas de la violencia.

"Yo espero que el proyecto salga adelante", dice Kelly Obregón, una de las mujeres que busca nuevos horizontes en el cooperativismo.
Kelly ve en el negocio de los búfalos una oportunidad de dejar atrás la violencia que ella ha sufrido en carne propia y que en Colombia ha causado 7,8 millones de afectados, según el registro único de víctimas.

Otra de las 44 participantes en el proyecto es Rosalía Piñeros, quien además del manejo de los búfalos se capacita en cultivos libres de agentes químicos.

Rosalía y sus demás compañeras forman parte de las 3,9 millones de mujeres víctimas del conflicto armado que ha padecido Colombia en los últimos 50 años y que además ha causado desplazamientos, asesinatos y persecución.

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