lunes, 6 de julio de 2015

Caranavi: ONG ayuda en la obtención del café



Entre la atmósfera sofocante de Caranavi, norte del departamento de La Paz, después de atravesar sus cantones, dentro, en el sector faja de Yungas, situado cerca de los 1.600 metros sobre el nivel del mar, se encuentran las colonias de productores del afamado café de estos lares, célebre por su calidad y lo prolífico de su cultivo. Los colonos que aquí trabajan la tierra, antaño emigrados principalmente desde El Alto, llevan ya más de tres generaciones cultivando el grano, ése que ha llegado al mercado estadounidense por iniciativa del ganador del World Press Photo John Stanmeyer, que degusta y vende café boliviano.

El guía por estos paisajes subtropicales dirige a miembros de la ONG Save The Children, que con la colaboración del Gobierno Municipal de Caranavi, organizaciones económicas locales y sociales y los mismos productores erigidos en comunidades, se han constituido en promotores del Proyecto de Mejoramiento Nutricional y Seguridad Alimentaria impulsado desde 2010 en la región. El periplo por la zona con los cooperantes está determinado por la visita de la gerente del programa, soberanía alimentaria y medios de subsistencia de la institución, Mónica Caminiti, para supervisar los resultados del proyecto. Este 2015 finaliza el proceso en su segunda fase, un trabajo arduo que ha resultado en el incremento de la producción y los ingresos de los pobladores en base a la tecnificación, diversificación y mejora del manejo de su producción. El objetivo último del proyecto, financiado por la empresa estadounidense Keurig Green Mountain, comercializadora y productora de café, es la reducción de la desnutrición infantil beneficiando a un total de 800 familias.

Cafetaleros

Caranavi, conocida como “capital cafetera de Bolivia”, es uno de los municipios más poblados de La Paz con 57.385 habitantes, cuyo 76% de la población vive en zonas rurales y, entre ellos, una gran parte que subsiste por debajo del umbral de la pobreza. De hecho, la esperanza de vida en la región es de 59 años. Pero el dato de mayor preocupación social radica en la tasa de mortalidad infantil.

La zona de las colonias donde opera la ONG rebosa de hermosura natural, un entramado selvático que descansa en las faldas bajas de la cordillera andina.

Las comunidades productoras con las que ésta trabaja se encuentran en viviendas muy humildes, con sistemas precarios de saneamiento que Save The Children se ha propuesto mejorar mediante la imple- mentación de técnicas sanitarias de primera necesidad para la prevención de infecciones. Los colonos ofrecen un intenso y arduo trabajo agropecuario a cambio de la tranquilidad que les otorga este entorno natural. Son gente muy ingenua, generosa (ofrecían a sus visitantes el fruto de su trabajo en forma de café, miel, frutas y alimento sin escatimo alguno), a la que el subdesarrollo no les impide vivir con dignidad y alegría de sentirse parte de un todo con la naturaleza, y en una común fraternidad entre sus congéneres.

Las premisas sobre las que se fundamenta la actividad de los cooperantes en esta región toman en cuenta que la pobreza en Caranavi se debe al efecto de la baja productividad agrícola y a una débil integración en el mercado; asimismo al acceso limitado a servicios de salud y al deterioro progresivo de los recursos naturales, debido a prácticas inadecuadas en el manejo del suelo y del agua. La seguridad alimentaria es eje central de la estrategia de Save The Children, un concepto que remite a la disponibilidad de alimentos, al acceso de las personas a ellos y al aprovechamiento biológico de los mismos. Es por esto que el monocultivo de café amplía las brechas entre los colonos, pues el rendimiento que obtenían de aquél no generaba los ingresos suficientes. De ahí que la cooperación al desarrollo introdujese alternativas productivas rentables.

Los insumos, material requerido para llevar a cabo un proyecto como el de esta ONG, son los recursos que viabilizan la actividad productiva. “Una política nuestra es no regalar”, subraya Willams Zabaleta, responsable del proyecto. Los productores ponen el 50% del valor de los insumos como contraparte a los recursos otorgados desde la ONG: “La idea es ser sociedad, más que regalarlo, no somos una institución asistencialista, sino de desarrollo”, aclara el propio Zabaleta.

Y es que la dependencia del monocultivo condena a apostar por el éxito a una carta, lo que deja la producción demasiado al azar del clima o las plagas. Así lo explica Eusebio Cruz, otro de los productores : “Estamos con café, achiote, mandarina, naranja y algunos están probando con lima”. Pero “en esta comunidad es donde más nos hemos abocado al cultivo del café. Pero algunas enfermedades están atacando a las plantaciones”, dice Cruz, citando a las plagas de hongos, por las que están pasando de producir “de 60 a 70 quintales por hectárea” a “12 o 15 quintales”.

Pero el trabajo de la ONG ha mejorado la producción mediante el fortalecimiento de la cadena de valor del café y la capacitación en el manejo integrado de plagas, al margen del uso de productos químicos para erradicarlas, con la prevalencia del respeto al control no químico de las plagas y la recuperación de técnicas tradicionales que garanticen la certificación orgánica de los productos. El colectivo productor Aprocavic está orgulloso de sus progresos. Su producción beneficia a 19 familias, en tanto que la plantación de árboles como el pino o el toco, los cultivos de cítricos y la creación de las barreras muertas (mediante troncos y maderos), que impiden la pérdida de nutrientes en las tierras debido a la erosión provocada por las lluvias, sumado al impacto en la producción que proporciona la nueva máquina procesadora, son las claves de la mejora.

Por ejemplo, la capacitación en el calibrado de la máquina y su lavado ha ahorrado mano de obra y tiempo. Su producción: 180 quintales cada tres hectáreas y media en producción. Y poseen también 25 hectáreas en crecimiento con las nuevas técnicas ya citadas. Venden café a Estados Unidos y Alemania y la distribución del mismo se da a través de contenedores que pueden llevar hasta 19.600 kilogramos de café cada uno. El valor del café ha aumentado de 2,20 dólares el kilo antes del proyecto, a 2,60 una vez en marcha. El colectivo pertenece al Símbolo de Pequeños Productores, una iniciativa de comercio justo que garantiza el beneficio de las comunidades productoras.

El rendimiento económico del trabajo de los pobladores durante estos cinco años les ha permitido invertir en medios tecnológicos facilitados por la ONG.

Artilugios como la tijera pico de loro, la tijera de ramas altas, discos circulares de madera, cubos de plástico para la recolección del café, serrucho donde había sierra eléctrica y bolsitas para los viveros se han revelado muy eficientes en el manejo de los cultivos y en las cosechas. La introducción de variedades más resistentes de café, el filtrado del agua de riego y la mejora de maquinaria y los talleres de capacitación en las técnicas de almacenamiento e implementación de sistemas de riego a pequeña escala completan la ecuación.

Con ello han generado una estructura que ha modernizado el proceso productivo en todas sus fases: Sembrado y avituallamiento del terreno, manejo del cultivo, cosecha y comercialización. Asimismo, la máquina trilladora de café les permite reducir de 15 a dos litros el consumo de agua, el coste en combustible y el número de granos de café bien molidos. La mejora no solo a permitido la producción de café sino también el progreso en la calidad de vida de las personas en aquel idílico paisaje.


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